Trump es como un elefante que aplasta con sus patas y expulsa con su trompa a todos aquellos que osan interponerse en su imperial voluntad. Mas, ¿son solo delirios prepotentes de un mandatario extraviado? No, constituyen únicamente la versión más siniestra y antihumana del poder. Un poder que no mucho tiempo después de que la nación librara una valerosa guerra de independencia del león británico, tomó las garras del felino para oprimir a otros pueblos. En 1823 el expresidente James Monroe, con el pretexto de que EE. UU. de América debía cuidar la libertad de los países del continente amenazada por la Santa Alianza europea, asumió su tutela proclamando que intervenir en la región sería una disposición poco amistosa para su Estado. Así nació el plan de apoderarse de los recursos naturales de América Latina. En la misma década en su propio suelo se apropió de las tierras de los indios, deportando a estos, lo que provocó protestas humanitarias. En el mismo siglo, por compra o por la fuerza, obtuvo territorios pertenecientes a otros países, uno de los cuales fue el de Cuba, dominada entonces por España, que no era capaz de sostenerse por sí sola, como consideraba John Adams, entonces vicepresidente estadounidense. Mientras, otro buen patriota había lanzado en 1845, después de Monroe, la doctrina del destino manifiesto, en la cual se expresa que EE. UU. “por la naturaleza de las cosas debía extender sus fronteras, abarcar el continente asignado por la providencia para el libre desarrollo de sus millones de habitantes”. Para que no queden dudas del carácter de la doctrina Monroe, el presidente Buchanan en 1857 declaró que debía establecerse una amplia esfera de influencia de EE. UU. sobre los países situados al sur del río Grande. En su expansión, tras una guerra, bajo protesta de sectores democráticos se hizo de casi la mitad del territorio mejicano. En 1906 el presidente Roosevelt lanzó el “derecho” de EE. UU. de intervenir en el hemisferio occidental en todos los casos en los que las cosas “no se hagan bien”. Como no hicimos las cosas bien, llovieron las intromisiones en nuestra soberanía, a veces de modo abierto, en otras encubierto, militar, económica o políticamente.
La presidenta de México ha declarado: “Estados Unidos, potencia que se viste de democracia mientras exporta golpes de Estado, ha clavado sus garras para saquear. En Chile financió el golpe contra Allende para imponer a Pinochet y regalar el cobre a sus corporaciones. En Nicaragua armó a los contras para ahogar en sangre la revolución sandinista. En Brasil utilizó el lawfare para encarcelar a Lula y frenar el ascenso de los pobres. En Bolivia apoyó un golpe contra Evo Morales para entregar el litio a las transnacionales. En Cuba mantiene un bloqueo genocida por seis décadas, castigando a un pueblo que eligió ser dueño de su destino”.
De manera que el hombre que ha atropellado todo principio ético y democrático no es más que la grosera versión de una potencia hegemónica que, al decir de Mafalda, ha amasado fortuna haciendo harina a los demás. Continuará sobre los extravíos y la digna y firme respuesta que ha recibido. (O)