La sociedad de la desconfianza es el título de una de las más recientes publicaciones de la filósofa española Victoria Camps, quien siempre plantea la defensa de la mujer en todos los ámbitos, así como la necesidad de su participación en la búsqueda de una verdadera democracia, en la que la ciudadanía se incluya en un proceso de construcción de un verdadero bienestar común a partir del diálogo, la aplicación de la justicia, el respeto a los derechos humanos y a principios éticos básicos, que son el camino y sustento de la paz.
Plantea que la desconfianza es “un gesto aprendido, casi involuntario”. Desconfiamos los unos de los otros: los padres de los hijos y los hijos de los padres; el jefe del personal y el personal del jefe; el que llega primero al barrio de los que llegan después y estos de los que habían llegado primero. Los alumnos desconfían del profesor y los profesores de los alumnos; las mujeres de sus esposos o novios y los hombres de sus esposas o novias; los delincuentes desconfían de los policías y estos de los delincuentes.
La autora del libro al que me refiero considera que la desconfianza nace del individualismo, la precariedad y el desencanto.
El individualismo es una tendencia filosófica que defiende la autonomía y la supremacía de los derechos individuales ante la sociedad y el Estado. La precariedad se caracteriza por la inestabilidad, la inseguridad, la escasez, la fragilidad, la insuficiencia, la pobreza y la falta de recursos, como lo plantea la Real Academia de la Lengua Española, que define el desencanto como “decepción, desilusión, desengaño”.
La desconfianza es un sentimiento de dudas que puede conducirnos, sin mayor información, a pensar que una persona es deshonesta, pero hay quienes desconfían de todos, de ellos se dice que tienen dañada su capacidad de confiar y que pueden terminar desconfiando de sí mismos. Siempre la desconfianza parte de experiencias o conocimientos previos que le dan solidez a la pérdida de confianza. Confiar o desconfiar en los políticos es una respuesta necesaria, pero hay indicios que deben ser observados y analizados por los ciudadanos antes de tomar la decisión de respaldarlos o no con su voto. Pero lo primero es conocer los propios valores y principios y analizar si coinciden con lo que se conoce de los candidatos, aceptando que en ninguno todo es blanco o todo es negro y que hay que conocer sus planteamientos antes de juzgarlos.
Hoy lo que llamamos democracia es una mezcla de intereses individuales en conflicto y se ha perdido el necesario valor de lo colectivo: respeto, compromiso, tolerancia, responsabilidad, sentido de pertenencia, profesionalismo, equidad, apego a la justicia y, algo fundamental , la confianza. Esa pérdida nos ha llevado al “gesto aprendido, casi involuntario” que es la desconfianza.
Sin embargo, para construir el país que soñamos es necesario que aprendamos a confiar los unos en los otros, pero más necesario es que tengamos líderes confiables y que sepamos distinguirlos de los que parecen pero no lo son. (O)