El instinto de supervivencia empuja al hombre a obtener alimento sin escatimar el medio; como Jean Valjean en Los Miserables, con su “libertad” atada al hambre, al miedo por el pan robado, a leyes injustas de la sociedad. Él, un hombre “… sin tribu, sin ley, sin hogar” –como dice Homero–, estaba obligado a vivir o sobrevivir en ella desoyendo las normas impuestas o aceptándolas a regañadientes. La Francia del siglo XIX grafica esas tirantes relaciones Gobierno-ciudadano –”ente social y animal político” aristotélicos–, uno batallando por gobernar, otro por subsistir.

La Colombia enardecida nos retrotrae a octubre del 2019 en Ecuador, Chile, Bolivia y la misma Colombia, con marchas ciudadanas movidas por problemáticas históricas, como carencias económico-sociales, desempleo, inseguridad, juventud sin esperanza, etcétera, agudizadas por la pandemia y reformas que afectan más la crítica situación, principalmente de los sectores vulnerables. Surgen grupos alterados. Se radicalizan las demandas. Aparece el vandalismo, la represión. Sin embargo, esta violencia, sin pretender justificarla, debe ser analizada en escenarios de pueblos acorralados entre el coronavirus y el desamparo estatal, que minan su salud mental y los empuja a la calle. Afloran excesos entre los exaltados y las fuerzas del orden; los muertos, heridos y desaparecidos reflejan el nivel de violencia. Para Thomas Hobbes, esta resulta de un estado natural donde prevalece el más fuerte. Jean-Jacques Rousseau la vincula a una civilización degenerada, hoy comparable a la clase política deslegitimada, la democracia en crisis y ciudadanos irritados.

El retiro del polémico proyecto del presidente Iván Duque; la derogación del decreto 883 del presidente Lenín Moreno, el mandatario Sebastián Piñera cediendo ante la furia popular, pueden traducirse que hay otra salida a la crisis, o de acciones desesperadas para apagar incendios. Hay posturas reduccionistas que minimizan el descontento y endilgan la cólera popular a factores exógenos. Atribuyen los estallidos a Correa, al “castrochavismo”, a Maduro; como si no existieran causas reales tras la ira ciudadana. Encubren la profunda crisis política de gobiernos de “izquierda” y derecha; la urgente necesidad de un nuevo pacto social que permita gobernabilidad. Ciertas medidas pudieran resultar positivas para la economía a largo plazo, pero el pueblo rechaza todo lo que afecte su diario vivir. Hobbes señala que se tiene aversión u odio no solo a lo que nos daña, sino también a aquello que no sabemos si nos dañará o no.

Individuos rompen todo en medio del caos; saquean. Otros protestan pacíficos, recuperan lo robado, lo devuelven a las tiendas o quioscos, desmitificando a la protesta social como arrebato de vándalos. Temas de salud, educación, desempleo, inseguridad, el manejo de la pandemia, encarecimiento de la vida complican a varios Gobiernos.

En Ecuador existe descontento por alzas en pasajes, servicios básicos y el anunciado pan. Las medidas económicas necesitan bisturís mágicos, incisiones certeras sin tocar nervios sensibles, sobre todo de aquellos “sin tribu, sin ley, sin hogar”, hambrientos de rabia. (O)