Desde que EL UNIVERSO tuvo la generosidad de permitirme escribir en este espacio, hace casi 16 años, el inicio de un nuevo gobierno es una ocasión para soñar con el Ecuador que todos queremos.
Así ocurrió en 2007 con la llegada de Rafael Correa; y luego, con su reelección en 2013 y con Lenín Moreno en 2017, por quienes no voté.
Y es que, como en tantos otros temas, comulgo plenamente con aquella frase de que “… Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa…”, del célebre militar, periodista, escritor, político y ex primer ministro británico Winston Churchill.
Sí, soy optimista. El mundo necesita optimismo, y este país lo necesita a gritos. Por ello, siempre parto del principio de que todo político que asume la Presidencia de la República llega cargado de ilusiones y de buenas intenciones. Que las promesas de campaña (que dudo hayan variado mucho en los últimos 40 años) no son lanzadas al aire a sabiendas o con la intención de no cumplirlas.
Que quien recorre el país y palpa la realidad de la gran mayoría de ecuatorianos recibe directamente sus angustiosas quejas de lo que el Estado les debe en oportunidades de trabajo, salud, seguridad, educación y servicios básicos, por citar los más vitales y notorios; que quien en primera persona puede comprobar las deplorables condiciones en que viven, mientras el Estado centralista se engulle cerca de 30 mil millones de dólares al año; que quien mirando directamente a los ojos de ese anciano olvidado, de ese joven sin futuro, de esa madre que deja de comer por alimentar a sus hijos, les promete un cambio, llega al poder con la intención de honrar su palabra. de hacer su máximo esfuerzo por cumplir sus promesas.
En el caso de Guillermo Lasso, el optimismo es mucho mayor. No solamente porque a diferencia de los anteriores, sus antecedentes como empresario exitoso le dan fuerza a ese optimismo y su plan de gobierno es muy concreto y conectado con las urgentes necesidades sociales, económicas y políticas del Ecuador del 2021, sino, además y fundamentalmente, porque fui parte de esa lucha desigual que libramos para impedir que el socialismo del siglo XXI se tome el país nuevamente y que culminó en victoria el pasado 11 de abril; lucha en la que muchos que hoy lo halagan o se rasgan las vestiduras hablando de democracia, estuvieron del lado contrario. No viene al caso dar nombres, pero cada quien sabe de qué lado de la historia estuvo. Yo, del lado correcto.
Señor presidente:
En sus manos está que renazcamos de verdad; que volvamos a la dinámica olvidada en las últimas décadas (con honrosas excepciones), cuando la función pública era un honor, y ejercerla, un ejemplo para las futuras generaciones.
Que el pueblo sienta en carne propia la llegada del progreso a su vida, pues, si ello ocurre, daremos el golpe de gracia al fantasma del socialismo del siglo XXI que ronda a América Latina con renovada fuerza en estos días.
Que Dios lo ilumine en todos sus actos al frente del Ecuador.
¡Buen viento y buena mar! (O)