Con mucha expectativa, la comunidad católica y los líderes del mundo presenciaron la elección del guía de la Iglesia. Su antecesor, el papa Francisco, perteneció a la orden jesuita, cuyo pensador central es San Ignacio. Mientras tanto, hoy León XIV desarrolló su vocación religiosa con la influencia de la orden de los agustinos.

San Agustín es considerado uno de los patriarcas de la Iglesia y se lo identifica como el santo del amor.

Agustín nació en África y entre los notables aportes para entender la condición humana, está su libro Las Confesiones.

A diferencia de la gran mayoría de personas, Agustín decidió escribir de su puño y letra un libro en el que menciona todos sus errores y el camino de cambio y reconstrucción.

El libro Las Confesiones es un texto profundamente humano, conmovedor y divertido; pues como su nombre lo indica es un reconocimiento de las fallas propias de la condición humana y el rol que la espiritualidad tiene para encontrar la realización plena a través del amor.

Así que León XIV, cuyo nombre secular es Robert Francis Prevost (con nacionalidades estadounidense y peruana), al pertenecer a la Orden de los Agustinos construyó su acción con la empatía hacia las dificultades y errores que nos puede suceder a todos al estar en el lugar equivocado y a una hora infortunada.

Otro aspecto que caracteriza a los agustinos es su sencillez e identificación con la vida en común. Y la coexistencia comunitaria es desafiante en sí misma, es aprender a apreciar a todos en sus diversidades.

Al igual que hoy, en la época de San Agustín existieron problemas, pero Agustín encontró en el amor el arma más poderosa para enfrentar las dificultades.

El amor en sus diversas situaciones presenta varias caras, una de esas es el amor filial, cuya puesta en escena permitió a las generaciones subsistir, actuar en grupo y romper la individualidad.

Sin embargo, el amor filial no está libre de conflictos; pero, al ser intencional y profundo es el ingrediente que hace que las personas actúen con benevolencia y reciprocidad.

En la mirada de Agustín, el amor creado bajo la luz de la amistad es una elección y a diferencia de las relaciones de sangre donde los vínculos son obligatorios, la amistad es libre.

Para Agustín, la amistad crea la obligación de respeto y afecto. Es el amor una apuesta radical, extrema y revolucionaria que permitiría mirar al entorno de manera diferente. De ahí que la elección de León XIV trae mucha expectativa, pues se deduce que será un pontificado marcado por el extremo amor, empatía y respeto hacia la humanidad.

Esperemos que las ideas de San Agustín se vuelvan cotidianas. Que se retome su estudio y nos permita ver a través de esos lentes que el amor hacia los otros no es más que un acto de amor hacia uno mismo.

Y que al amar en respeto nos obliguemos a repensar a nuestro país, y se depongan las armas físicas y políticas que tanto daño hacen a las familias y barrios. (O)