Cuando era chico, Guayaquil era una ciudad muy particular. Comenzaba y terminaba en el río, por decirlo de alguna manera. Ir a La Puntilla o a Durán eran paseos de fin de semana, a los que los niños nos embarcábamos con ilusión.
Con el pasar de los años, la ciudad y sus cantones aledaños crecieron de tal forma que dieron paso al fenómeno denominado “Gran Guayaquil”, que no es más que la incorporación de los cantones vecinos: Daule, Durán y Samborondón para crear una realidad económica y demográfica que hace que los linderos de todos ellos se desdibujen. Llegando al punto de que mucha gente, al hablar de Guayaquil de manera coloquial, no se esfuerza en precisar a cuál de estos sitios se refiere, porque en su diaria realidad, los cuatro forman una gran masa de intereses comunes y cruzados.
Obviamente cada uno de ellos tiene sus propias realidades, están administrados de forma distinta y por diversos funcionarios, y se regulan por ordenanzas que no siempre coinciden.
En este primer artículo –con el que me propongo varias entregas a propósito de las fiestas julianas– quisiera comenzar por analizar uno de los satélites de nuestra amada Perla del Pacífico: el cantón Samborondón.
Según dicen algunos, Samborondón es el cantón más próspero de la Costa ecuatoriana. Su crecimiento en número de residentes y recaudación de impuestos es exponencial en comparación con las haciendas y arrozales que lo vieron nacer hace ya varias décadas. Si bien el pueblo de Samborondón como tal y sus sectores aledaños han sufrido muchos cambios en los últimos años; donde más se puede palpar el crecimiento de este cantón es a lo largo de la denominada vía La Puntilla- Samborondón, que es la única vía importante de tránsito, que une las urbanizaciones residenciales con su cabecera cantonal.
Esta vía ostenta desde hace varios años la calificación de ser uno de los sitios mejor valorados por el mercado inmobiliario de vivienda, siendo un atractivo también para nuevos locales comerciales y oficinas.
Por una época parecía que lo tenía todo, incluso para muchos el espejismo de ser una burbuja, donde se vivía con relativa calma en materia de seguridad. Sin embargo, todo aquello que lo llevó a convertirse en el cantón más costoso del Gran Guayaquil, también ha sido la causa de su actual crisis. La desmedida concesión de permisos de construcción, la falta de planificación en materia de parqueo y, sobre todo, la pésima coordinación del tránsito vehicular, han hecho de Samborondón un gigante con dolor de cabeza.
Circular por la vía La Puntilla-Samborondón es toda una hazaña para los conductores, a cualquier hora del día e incluso de la noche. No existe ya una “hora pico” cuando usted visita el hermoso sector, pues todas las horas se han convertido en una verdadera pesadilla. Sumado a ello, las constantes labores que se efectúan en la vía
a las peores horas, quitando y poniendo elementos decorativos, retornos y corrigiendo su forma, convierten la vía en una trampa llena de huecos, motos y buses.
Ojalá pronto Samborondón logre retomar el camino que le permita volver a brillar como un próspero destino de inversión. (O)