Encontrar motivación para seguir, pese a las adversidades, es el reto que enfrentan las personas en promedio. Por eso las hazañas de éxito y de superación personal son tan apreciadas.

Nuestros representantes en los postergados Juegos Olímpicos 2020, que se desarrollan en Tokio, son ejemplo de esa tenacidad que nos asombrosa y que deseamos imitar. Inspira orgullo nacional la obtención de las medallas de oro de Richard Carapaz y Neisi Dajomes, la medalla de plata de Tamara Salazar, el diploma olímpico de Angie Palacios, así como la hazaña de Claudio Villanueva, quien pese a llegar último en la competencia de 50 km marcha, ganó aplausos y admiración por el enorme esfuerzo realizado al mantenerse en la competición, aun estando lesionado. Siete fondistas abandonaron la prueba durante el trayecto en el que se registró una sensación térmica de 37 grados centígrados. Al ganador de la medalla de oro en esa categoría, el polaco Dawid Tomala, le bastaron 3 horas 50 minutos y 8 segundos para llegar a la meta, pero al marchista ecuatoriano le tomó 4 horas 53 minutos 9 segundos y una tremenda dosis de determinación y coraje. También la historia personal y familiar de Claudio ha estado signada por adversidades, constancia y garra. A pesar de su evidente molestia física, ver a Claudio mantenerse en la competición, en un descomunal esfuerzo de casi cinco horas de marcha para llegar a la línea de meta, es motivador. Su logro envía un potente mensaje: no rendirse.

En contraste con la historia de Claudio Villanueva, quien ha referido “marché con una pierna pero con un corazón enorme por todo el Ecuador”, la prensa internacional recogió la actitud antideportiva del boxeador británico Benjamín Whittaker, quien perdió la final de peso semipesado ante el cubano Arlen López y no estuvo preparado para ello: lloraba y rompió el protocolo al tomar la medalla de la bandeja y guardársela en el bolsillo, posó para las fotos con una expresión de disgusto y sin colocarse la medalla en el cuello. A manera de explicación dijo: “Seamos claros, aquí no se gana plata, se pierde oro, y para mí es un fracaso; no pienso celebrar ser el segundo lugar en algo”. Posteriormente se disculpó.

Estos hechos me llevan a reflexionar sobre la dimensión que le otorgamos al éxito. Sobre la presión que ejercemos sobre nosotros y sobre nuestros hijos para “motivarlos” a triunfar, a ser exitosos.

Y pienso en esa máxima de la sabiduría popular que suena tan bien en la voz de Vicente Fernández cuando canta “También me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar…”.

Estará bien para algunos orientarse al éxito y a la consecución de resultados, como estará bien para otros disfrutar el camino, trazarse metas y enfocarse en lograrlas, pero aceptando que a veces se gana y en ocasiones se pierde. Si no se llega primero, vale reconocer que el esfuerzo realizado también es motivo de satisfacción.

Las historias de superación de los atletas ecuatorianos que unas veces obtienen logros y otras no, pero persisten en sus entrenamientos, aunque no cuenten con el respaldo necesario, nos recuerdan que ese ‘saber llegar’ depende también de valorar el trayecto. (O)