Larga es la historia de las revistas literarias en el Ecuador. En tiempos del modernismo florecieron, a tal punto de que el estudioso Michael Handelsman sintetizó esa fértil existencia en enjundioso libro. En otros casos, como el del muy mentado grupo Sicoseo, solo tuvieron un número. Lo cierto es que el empuje para agrupar, ejecutar y hasta colaborar con alguna, es siempre admirable. Desarrollar una revista es un trabajo enorme, que implica la armonización de mucha gente y hasta el acto de leerla es diferente: exige de varias sesiones y de una atención múltiple.

Yo venía de leer algunos artículos en la red y sabía que la figura de Fernando Albán, profesor de la PUCE, estaba detrás. Tener bajo los ojos la primera edición impresa luego de un año de publicaciones virtuales me ha regalado muy buenos momentos, porque el ejemplar ofrece lo mejor para la lectura: diversidad, calidad de escritura, textos (nada menos que cuarenta) en todos los géneros literarios, colaboraciones nacionales e internacionales y un diseño atractivo en muy buen papel. Esfuerzos de la Católica de Quito y Severo Editorial conjuntamente.

Es obvio que este comentario está conducido por mis preferencias lectoras. Destaco dos textos que se codean: una fugaz conversación de una joven ecuatoriana con la poeta Anne Carson y el agudo artículo de María Auxiliadora Balladares que liga a la poeta norteamericana con la traducción de Safo, en todo el poder de sugerencia de la poeta griega. Lo importante es que ambos trabajos no ostentan la pesadez académica (cosa que no pasa en otros), sino el vuelo de la mejor prosa seductora. En otras páginas la propuesta de Santiago Páez para escribir novela policiaca en Quito convence de que tiene que contar con el desafío de recoger una identidad urbana, unas herencias culturales. No me avergüenza confesar que nunca había leído nada del poeta rumano-ucraniano Paul Celan, que escribió en alemán, y que el artículo de Gustavo Meléndez me llevó a buscar tan desgarrado paso por la poesía.

En materia de cuentos y reseñas son visibles las plumas más seguras frente a las bisoñas: de Sandra Araya y Marcela Ribadeneira se reciben relatos firmes, de conflictos bien abonados; de nombres nuevos hay intenciones narrativas más que logros (y hasta encontré algún cuento demasiado próximo a uno de Solange Rodríguez). No todas las reseñas cumplen con su principal cometido que es incitar a la lectura de un nuevo título, pero he tomado nota de que debo volver a mi ejemplar de El corazón de un canalla. La poesía que se incluye también es muy diversa: el ancho verso de Montalbetti frente al laconismo de Ma. Auxiliadora Álvarez; la ingeniosa voz de Sonia Manzano pone notas de gracia porque “la poesía es la gota que taladra mi cráneo”. Y varias piezas de poetas jóvenes como Camila Peña y Gabriela Vargas.

Me he relamido de gusto con las conversaciones –lamentablemente demasiado breves– porque dan pábulo al deseo de continuar oyendo y leyendo a esos escritores que ponen una palabra paralela a sus obras. Expreso lo que me hizo falta: una lista con breves líneas de identificación de los autores de los textos en el ánimo de conocer a los nuevos valores literarios ecuatorianos –profesores y egresados de la PUCE, según parece–. Vigorosa vida a la revista Elipsis. (O)