Si no te gusta la realidad, invéntate una y disfrútala. La propuesta no es nueva, ha sido el modus vivendi del teatro, desde hace muchos siglos; del cine de entretenimiento, incluso del documental, desde hace poco más de un siglo; de la mayor parte de la propuesta televisiva, desde su aparición a mediados del siglo XX. Ahora ha llegado a la información, a las noticias, el relato que, cocinándose pacienzudamente cada día, escribe la historia moderna con mayor fidelidad, desde hace rato de los hechos que surge del ejercicio responsable de consultar fuentes.

Ahora, aplicada a las noticias, la inteligencia artificial que está de moda en boca de todos (incluso de los que no tienen ninguna formación que los acerque a ella, pero que igual la ofertan) podría permitir, está ocurriendo ya, que se “construyan” realidades y se las presente a audiencias que cada vez tienen más problemas en diferenciar entre realidad y virtualidad. Entonces aplica en el periodismo contemporáneo de “fabricarse” la realidad y mientras más interesante suene o parezca, mejor.

No, no soy un dinosaurio que se aferra a la tradición y reniega de la modernización. Ni de lejos. Disfruto como quinceañero de la innovación, más lentamente que mis alumnos, por obvias razones generacionales. Pero sí me aferro al rigor de la información que se transmite. Defiendo con todo mi intelecto la máxima aproximación posible a la verdad y su difusión, sin cortapisas, por tratarse de un bien preciado de nuestras audiencias.

La discusión no es nueva y se remite a un ejemplo cinematográfico quizás fácil de entender. Dice cualquier película en sus créditos “Basada en hechos reales”. Ninguna, por muy histórica que sea, dice solamente “hechos reales”. Esa frase marca un abismo. La historia, sea real o sea ficción, queda en manos del realizador que, luego de pagar derechos, tiene justamente la potestad de moverla hacia donde quiera. De crear o eliminar personajes. O fusionarlos. O convertirlos en héroes o villanos. Embellecerlos o afearlos. Es el dueño del contenido y, por lo pagado, puede hacer lo que crea necesario para que su producto sea ganador.

Paradójicamente algo parecido está ocurriendo en el mundo informativo de hoy. Luego de haber descendido hasta el albañal el significado de la palabra contenido, ahora también este se realiza al gusto de quien lo auspicie (entiéndase, pague) y si no se puede con recursos reales, ahora la IA se ha convertido en la aliada ideal, soñada para hacer decir lo que el auspiciante quiere que escuchemos; o lograr con el personaje muecas y gestos que jamás hizo. Y todo con una calidad impresionante que a muchos engaña con facilidad, logrando así el ansiado primer golpe de efecto que, por mucho que luego el afectado se esmere en desmontar, algo ha de quedar.

En mis tiempos de reportero, manipular la realidad, por mínimo que fuere, caía en el ámbito de la mitomanía y supe de varios reporteros de medios que perdieron el trabajo por haberlo hecho. Hubo uno en un gran medio del mundo que fue despojado de su Premio Pulitzer por inventarse la historia de unos habitantes de debajo de un puente. Hoy hay quienes lo hacen sin despeinarse. (O)