¿Es líder quien ofrece la salvación en la tierra, el que propone la imposible felicidad gratuita, el que articula los resentimientos? ¿O lo es quien plantea una meta y un esfuerzo, un compromiso e incluso un sacrificio? Cuando Winston Churchill se negó a negociar con la perversidad nazi, dijo que era preciso defender la libertad y la integridad de su país con “sangre, sudor y lágrimas”.
Zelenski, el carismático presidente de Ucrania, es una personalidad distinta en este mundo habituado a la comodidad de los pactos y a la distorsión de la democracia transformada en populismo. Es un líder, este sí, que contrasta con los dirigentes de notable mediocridad que abundan en todas partes. Contrasta con los personajes de circo que conducen a los pueblos hacia el abismo. Destaca la dolorosa verdad de su liderazgo con la habitual demagogia que prospera en el mundo.
Zelenski es diferente por todo eso, y sea cual fuese su suerte y la de Ucrania, el hecho incuestionable es que, sobre el tapete verde de la política internacional, puso la valentía y la moral pública.
El hecho es que su entereza y su firmeza destacan ante la “posverdad” que se ha convertido en el argumento inspirador de la generalidad de los Gobiernos. Y en el telón de fondo de la globalización.
El presidente ucraniano es un líder que irrumpió en un escenario incómodo. Pateó el tablero y nos puso a ver el mundo de otro modo. Es el líder que desentona en la “comedia humana” que prospera a costa de la verdad, y entre el olvido de la idea de patria entendida, según alguien dijo, como la tierra en que nacimos y en la que se quedan nuestros muertos.
Gracias al contraste histórico de la conducción del presidente de Ucrania, los latinoamericanos, habituados al populismo y a su retórica, constatamos, entre el dolor de la guerra, que uno es el liderazgo auténtico y otro asunto muy distinto el caudillismo. Que el caudillo es la falsificación del conductor. Que en la política es preciso admitir a veces que la verdad impone deberes sobre la propagada; que es preciso incomodar, y que hay que hacerlo, como hace Zelenski, incluso frente a una Europa que corre el riesgo de claudicar de la cultura que heredó.
La diferencia entre la Ucrania combativa y su líder, y los caudillos de discurso y folletín que comandan por acá las precarias “democracias populares” constituye una gran lección política. En circunstancias en que habíamos asumido, con enorme pesimismo y ceguera, que el heroísmo había caducado, que la integridad era imposible en estos tiempos, sin embargo, desde el 24 de febrero, un líder, su pueblo y los soldados leales que le siguen rompen los esquemas. Aparece un hombre que enfrenta la implacable arremetida del nuevo imperialismo. Y nos deja asombrados, porque vemos que aún es posible una acción política distinta, una posición que no sigue la usual estrategia de rendirse, que no se pierde entre las cobardías y los pactos.
Liderazgo, capacidad de conducción, compromiso, responsabilidad y simple populismo. Las diferencias están a la vista. ¿Es muy difícil comprender? (O)