La constitución es (I) un conjunto sistemático de normas jurídicas de índole política, (II) promulgadas por órgano legítimo y competente; (III) que expresan y reconocen los derechos y garantías de las personas y las formas de vinculación de ellas con el poder; (IV) que prevalecen sobre el resto del ordenamiento legal y lo determinan; (V) que definen la forma de Estado y de gobierno; (VI) que estructuran y regulan las funciones e instituciones del Estado, distribuyen facultades, establecen límites, responsabilidades y reglas de relación entre ellas y con los individuos y la sociedad; y que VII) dan sentido jurídico a la nación.
Esta es una visión liberal de la constitución.
Las otras –y hay muchas– responden a otros conceptos ideológicos, y proponen un proyecto de vida que se aparta de la libertad de elección, que induce el concepto de felicidad, inhibe o condiciona los derechos, y pone el acento, a veces exclusivamente, en el ejercicio de la autoridad, o eleva a la categoría de bien supremo al socialismo o cualquiera de esos otros ismos que saturan la ciencia política.
Cualquiera que sea la índole de la constitución, su noción y aplicación, siempre tendrán una relación compleja con la cultura, con los referentes y valores que estructuran la sociedad y generan las pautas de comportamiento que marcan la vida social.
Las constituciones liberales son siempre menos problemáticas, porque articulan las preferencias sociales, las racionalizan y las dotan de reglas jurídicas que hacen posible la convivencia en la diversidad, sin imponer dictaduras de mayorías ni de minorías, ni políticas, ni raciales, ni regionales.
Entonces, escribir una constitución no es cosa menor. Es el gran desafío de una sociedad, porque, además, ese documento, por sí solo, no rige efectivamente ni prevalece en el tiempo, cuando no existe voluntad de convivencia, y peor aún si el “terreno social” es pantanoso, deleznable o saturado de trampas. O cuando la constitución responde solamente a la visión del caudillo dominante, del grupo o de la ideología dominante.
La historia constitucional del Ecuador ha sido eso: el vestuario a la medida que pasa de moda, que envejece pronto y pierde “vigencia social”, cuando ya no responde a las necesidades de la comunidad.
El acierto está en hacer una constitución que privilegie las libertades, articule el sentido de convivencia y solidaridad, y promueva la eficacia del sistema democrático y la utilidad de sus instituciones. Y que dure.
Entonces, la tarea de los constituyentes será de gran responsabilidad. No es asunto de responder a consignas ni a visiones cortas, ni de obedecer a una ideología excluyente. No. La tarea implica visión histórica, aproximación a la grandeza. La tarea implica conocimiento, sentido de oportunidad y, además, sensibilidad social y gran perspicacia política, lo que se conoce como “inteligencia social”.
Gran desafío: entender al país, interpretar los derechos y escribir la versión política de la nación. (O)













