Escribo esto con el corazón en la mano, intentando no lastimar ni herir a nadie en este escabroso camino que es transitar este tema; he dado mil vueltas en la cabeza tratando infructuosamente de abordar este tema; intento ser imparcial mientras la veo a ella garabatear una cualquier cosa que seguramente terminará precioso ante mis ojos, y me vuelve a atormentar cómo escribir de esto sin ser contradictorio o hipócrita, que es peor.

Hace poco, un histórico 28 de abril, los misiles de Twitter bombardeaban sin piedad, una guerra de absolutos, una sola verdad, un solo tema: el aborto. Un lado festejaba que la Corte Constitucional haya declarado la inconstitucionalidad del artículo 150 inciso 2 del Código Orgánico Integral Penal (COIP), permitiendo el aborto legal por violación; el otro bando condenaba e insinuaba el infierno a aquellas “impuras” que deseaban matar un niño.

No sé si tendrán razón, pero lo cierto es que esto no es cuestión de redes sociales ni de religión ni de ideologías

políticas; esto se trata de ellas, de aquellas pequeñas niñas a las que forzaron, que no pudieron gritar, que no pudieron escapar.

Esto no se trata de un juego de “manos calientes”, esto se trata de una vida a la que obligaron a vivir una vida que no la escogió, que tal vez mientras iba a la escuela soñando en llegar a las estrellas fue abusada sin compasión por alguien que le perdió el sentido a la vida misma.

Entre el 2010 y 2019 nacieron poco más de 67.000 niños cuyas madres iban desde los 10 años hasta los 15.

Siete niñas tenían 11 años y 59 tenían 12, y así van subiendo las escalofriantes cifras. Son aquellas que aún deberían pensar en unicornios y helados, no en pañales y leche, aún deben dormir sus ocho horas completas y no desvelarse cuidando de otro ser apenas una década menor que ellas.

Lo que ha hecho la Corte Constitucional es simplemente adoptar el exhorto del Comité de la Organización de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, que ya en el 2015 pedía que el Ecuador despenalizara el aborto por violación, el cual muchas veces es incestuoso.

Esto no se trata de gustos sino de derechos, de derechos humanos; se trata de no obligar a una persona que no ha elegido ser madre a serlo, simplemente porque por supuestos avatares de la vida eso le tocó vivir y debe aceptar el fruto de la violencia, el dolor y la impotencia.

Un hijo sin duda es la forma más sublime en la que la vida se expresa, pero cuando es por una elección libre, no cuando un monstruo decidió que sería un buen día para alimentar sus más obscuros deseos.

Esto se trata de ellas, de la lucha intensa de sus antecesoras para dejarles un mundo menos gris, de su sed de justicia. Esto es por ellas, por su derecho a ser plenamente felices con sus elecciones. Se trata simplemente de un futuro mejor, uno más humano, uno bueno. (O)