Tal vez una de mis columnas favoritas de los últimos meses, es una que escribió Rubén Montoya en octubre de 2019: ‘La corrupción no soy yo’.

Montoya enlista situaciones en las que el ciudadano de a pie comete actos de corrupción, pero al pensar que estas acciones no tienen mayores consecuencias o que difícilmente será descubierto, les resta importancia o no las ve como inmorales. El columnista termina con esta reflexión con un tinte sarcástico: “Soy, en fin, el ciudadano bueno, devoto y honesto, patriota y trabajador, que maldice haber nacido en Ecuador. Porque alguien nos desgració la vida llenándola de políticos corruptos. Son ellos los culpables, los que joden a la nación. ¿Quién diablos los habrá elegido? Siempre me lo pregunto. Porque la corrupción son ellos: la corrupción no soy yo”.

Coincido con Montoya en que el ciudadano de a pie puede ser corrupto y que es mucho más fácil culpar al que ocupa el cargo público. Además, concuerdo con que debemos hacer un trabajo de introspección para revisar si lo que hacemos en nuestro día a día son acciones que contribuyen a que la sociedad sea más o menos viciosa. Sin embargo, con esto dicho y estando a las puertas de una elección presidencial, también es necesario repasar las acciones de los candidatos, como ciudadanos de a pie, para reflexionar más profundamente nuestro voto. Es necesario evaluar el perfil ético de los candidatos y votar por el que se asemeja más a nuestros principios. Hagámonos preguntas como: ¿A quién admira? ¿Qué defiende? ¿Qué critica? ¿A quién protege? ¿Acomoda la verdad? ¿Son consistentes sus palabras con sus acciones? Todo, todo comunica.

Como candidatos los hemos visto en debates enfrentándose el uno al otro, fuera de su zona de confort; también los hemos visto cómodos y relajados haciendo campaña con su equipo, y ahora están mucho más expuestos y bajo el escrutinio de toda la ciudadanía que antes. En ese sentido, vale la pena reflexionar: ¿a qué renuncia? ¿Qué busca en la Presidencia? ¿Piensa por sí mismo? ¿Qué es para él una República? ¿Qué piensa de la justicia? ¿Qué opina de la corrupción? ¿Es importante la libertad de expresión? ¿Romantiza la pobreza? Es más que obvio que la ausencia de prácticas éticas durante la campaña en el aspirante a presidente de la República da pie a la proliferación de prácticas corruptas una vez en el cargo.

Hemos vivido catorce años de correísmo con acciones moralmente cuestionadas que van desde una deuda absurda con China en el momento de la historia del Ecuador con mayores ingresos económicos, hasta una refinería de más de 1.000 millones de dólares, imposible de ver con el ojo humano. No podemos adivinar el futuro, pero tenemos seis días para analizar con detenimiento las acciones presentes y pasadas de los candidatos. No nos equivoquemos para luego no estar preguntándonos: “¿quién diablos los habrá elegido?”. (O)