La política, el derecho, la economía, incluso la cultura, se han convertido en una suerte de mecánicas vacías, de silogismos obtusos, de supuestos falsos.
Las doctrinas, de tanto repetirse, se reducen a discursos que suenan a tambor de lata ¿Hay ideas o solamente simplificaciones, discursos, retórica barata?
El problema, y el drama, es que ni la política, ni el derecho, ni la economía, y mucho menos el concepto de país, se piensan. Son palabras que esconden intenciones que nunca se revelan, o lugares comunes que se usan como herramientas en función de ventajas concretas, de intereses específicos de quienes han capturado los poderes. ¿Cuántas ideas innovadoras alimentan las cátedras universitarias, y las reflexiones y propuestas políticas, y cuántas son piezas desprendidas de la literatura de folletín de la propaganda, que se reiteran hasta el cansancio? ¿Cuánto se miente en estos tiempos?
La democracia atraviesa la crisis más severa que se recuerde, pero nadie se atreve a replantear sus fundamentos, a escarbar más allá de la superficie, y a proponer el examen de la postergación de la verdad que ha provocado el sistema electoral. ¿Se ha puesto alguna vez en entredicho el concepto de “pueblo”, o nos tiembla la voz decir que es una ficción en cuyo nombre se han cometido innumerables abusos y se han instaurado algunos despotismos? ¿La soberanía sobre la que se asienta la “legitimidad” del sistema, no es acaso evidente rezago del absolutismo monárquico? ¿Las asambleas y congresos no son oligarquías por representación?
Y si ensayamos la democracia...
La democracia atraviesa la crisis más severa que se recuerde, pero nadie se atreve a replantear sus fundamentos...
El derecho no se piensa. No se plantea la necesidad de retomar las ideas básicas del Estado de derecho, el único adversario posible del poder. A nadie se le ocurre plantear que nociones fundamentales del derecho político están superadas por la realidad, como la presunta y viciosa representación popular en las asambleas. Hemos olvidado la noción republicana, cuando es preciso y urgente tumbar sin contemplación los tópicos que han permitido que se construya un ordenamiento legal que condiciona sistemáticamente el patrimonio moral de cada persona, que endiosa al Estado y niega la dimensión del individuo en beneficio de hipotéticas comunidades? ¿Y los derechos humanos, se han pensado más allá de una literatura de corte político que los va transformando en la señalética de una izquierda socialista, que ha encontrado refugio en las novísimas intransigencias al uso, que gozan del transitorio prestigio de una moda?
Y la libertad, transformada en membrete de cualquier partido, sin respetar que es la virtud que caracteriza y distingue al ser humano, la que traduce su dignidad. ¿Se ha pensado en la libertad más allá de la idea de hacer lo que nos venga en gana sin asumir las consecuencias ni perder el sueño? ¿Cuándo se convirtió el liberalismo en mala palabra, si es uno de los fundamentos de la democracia en cuyo nombre designamos como jefe a cualquier caudillo?
¿Y aquello de la sociedad civil, transformada en tardía consolación, cuyo inmovilismo es evidente? ¿Hemos renunciado a pensar? (O)