El señor Arauz en versión edulcorada ha dicho: “El odio ya pasó de moda”. Casi al mismo tiempo y desde Bélgica, su fabricador y mentor aparece como dueño y señor del país, anunciando su última condena y castigo: “Pagarán su culpa los traidores”, los canales de televisión, periódicos, empresarios, cámaras y “todo el espectro político”. Quedando la sensación del amo enfurecido emitiendo una sentencia inapelable. Como el antiguo patrón de la hacienda colonial que escarmienta a sus vasallos por atreverse a pensar por sí mismos.

El señor Arauz aparenta tomar distancias con su padre político. En un gesto electoral calculado y fingido se muestra con inusitada adhesión a la dolarización, partidario de acordar con el antes endemoniado Fondo Monetario Internacional (FMI), su coqueteo con la inversión privada y su cariño de última hora con la libertad de expresión. Así, pretende vender la idea de que el odio solo fue una moda que pasó de moda.

Pero como la memoria cuenta, el régimen del que formó parte el señor Arauz lleva las señas de identidad del populismo rencoroso y su prédica de resentimiento. Rafael Correa, el fabricante de Arauz, hizo del odio la parte esencial, el principio y el fin de su gramática, aquella que ignora la diversidad plural y la tolerancia e impone la disciplina de la sumisión y obediencia. La dialéctica del miedo y el silencio.

Es que el dueño del país y padre del señor Arauz dibujó, durante diez larguísimos años, una sociedad de clases irreconciliables. Su visión de la política no se desenvuelve en el campo de las naturales divergencias, sino en el espacio donde solo caben los amigos incondicionales. Y los “otros” son enemigos mortales. Ahí no hay cabida para los adversarios. Solo están los enemigos, a quienes no se convence sino que se los denigra, los somete, arrasa o se los desaparece.

El populismo al que pertenece el señor Arauz no imagina la variedad ni los diferentes, ni consiente la alternancia democrática sino la perpetuidad en el poder; y lo dijo sin vergüenza alguna, que estará veinte o cincuenta años en el poder. La obsesión por la hegemonía total y el poder perpetuo. Como el que quiso su padre político. El poder que tenía Fidel Castro o el que ostentan sus ídolos, el señor Nicolás Maduro o Daniel Ortega en Nicaragua.

El populismo del rencor necesita crear enemigos, y son todos aquellos que disienten y osan en expresarse. Quienes no son mansos, obedientes y fieles. El caudillo protector no admite que entre su mesiánica presencia y el vínculo con su “pueblo” exista un tejido social diverso, ni siquiera reglas o instituciones. Por ello odia la pluralidad y el mosaico social. Persigue a los medios de comunicación que transmiten las expresiones de la diversidad y asisten a la formación de la opinión pública. No hay sistema educativo que estimule las potencialidades de cada uno. Solo la ideologización para fanatizar. No hay personas con dignidad. Solo sus clientes.

Decir que el “odio ya pasó de moda”, para figurar distancias con su fabricante, es una forma de desnudar el cinismo de quien será un dispositivo para alimentar el odio, la rabia y la venganza. (O)