Hace 50 años ni se nos ocurría que podía caer el Telón de Acero, esa frontera imposible que separaba a los otrora aliados que habían vencido a Hitler en 1945. De lado oriental de Europa los países del llamado Pacto de Varsovia, satélites de la Unión Soviética, y del otro los regímenes bastante democráticos de Occidente; los que habían quedado aliados de los Estados Unidos y Gran Bretaña después del inmenso esfuerzo bélico en los campos de batalla de Europa, pero también en el Pacífico. La Guerra Mundial había dejado esas marcas y también esa grieta entre el comunismo por un lado y las democracias liberales por el otro.
Bastaron unos días de 1989 para que el mundo oriental se desmoronara como la estatua de Nabucodonosor. Un país dejó de existir de la noche a la mañana y aparecieron nuevos que antes eran, con suerte, provincias de otros. Hace apenas 36 años había dos Alemanias separadas por alambradas y Berlín tenía un muro en el medio para impedir que los del lado esclavo se pasen al mundo libre. Esta realidad muestra algo que ya es casi un lugar común en las explicaciones de la historia reciente: los procesos son cada vez más rápidos y las cosas ocurren mucho antes de lo que pensábamos. La historia avanza como un resorte, en círculos cada vez más rápidos. Los atlas y los globos terráqueos se marchitan como las flores y ni nos acordamos que hace poco pensábamos que nada cambiaría.
Nada es para siempre. Todo cambia y antes de tiempo. El péndulo de la historia vuelve ahora para el otro lado, a gran velocidad y con un vértigo que impresiona. No sabemos hasta dónde llegará, pero está claro que va para el lado contrario al de las ideologías que nos cansaron hablando en dialecto inclusivo con sermones de corrección política y nos trataron como anormales.
Esta semana la marca de jeans American Eagle lanzó en Estados Unidos su nueva campaña publicitaria con la actriz Sydney Sweeney: blanca, rubia, de ojos azules, ni gorda ni flaca y sin un solo tatuaje... Pero el anuncio va más allá porque juega con la palabra genes, que en inglés se pronuncia igual que jeans: Sweeney tiene buenos genes y buenos jeans y unos ojazos del mismo color que los American Eagle. Las ventas y las acciones de American Eagle se fueron a las nubes y los ideólogos del mundo woke se pusieron locos. No es la única marca que se adelanta hacia el otro lado del péndulo, mientras las agencias de la avenida Madison de Nueva York caen en la cuenta de que ellos también son rehenes de la ideología manejada por unos pocos, que no vende porque no sintoniza con el 95 % de la gente.
El péndulo está volviendo hacia Occidente, ese crisol milenario de filosofía griega, derecho romano y cristianismo. Es nuestra casa común, donde todos somos iguales y libres. Y no es Occidente el que sigue a Trump, Meloni o Milei. Ellos y muchos otros son parte de ese mundo y son políticos astutos que saben leer a la sociedad.
Y a los herederos de las ideologías que hace apenas 36 años separaban con muros y cercos electrificados el mundo libre del comunista les está quedando un solo recurso: acusarnos a todos de nazis. (O)