En el proceso de superación personal, todo médico recién graduado aspira a especializarse. Ser médico general es el primer paso de un largo camino para alcanzar un posgrado. Solo un médico que ha completado su entrenamiento en una especialidad (puede variar entre 4 y 6 años más de estudios) tiene las competencias y conocimientos para atender a un paciente y una enfermedad compleja. Un médico especialista tendrá más oportunidades de trabajo y aliviará la carga que significa la ausencia de especialistas en el sistema de salud pública.
No todos los médicos jóvenes pueden especializarse fuera de Ecuador. Ha implicado una larga lucha retomar y mantener posgrados nacionales en la mayoría de las especialidades médicas. En los últimos años se han ido integrando nuevas especialidades. La convocatoria es pública y las plazas de posgrado se alcanzan por concurso de méritos y oposición, donde los mejor puntuados serán los beneficiados. Estos posgrados tienen un aval universitario. La universidad firma un convenio con una unidad hospitalaria específica para que el posgradista reciba el entrenamiento teórico-práctico que corresponde. En ese periodo se cumplen rotaciones por diferentes servicios de medicina interna y cirugía, según el pénsum académico establecido. Se designan directores, tutores y docentes que entrenarán y vigilarán su formación, con enfoque científico, investigativo y humanizado, acorde a nuestra realidad como país.
Hasta aquí todo luce óptimo. Pero la otra cara de la moneda es una realidad diferente: la supervivencia. Los posgrados son “autofinanciados”. No es suficiente el nivel de conocimientos para concursar y ganar, se requiere un respaldo económico que solvente la especialización. Hay que pagar a la universidad que ofrece el posgrado con su plana docente y otorga el grado académico. Las unidades hospitalarias, en su mayoría, aportan con sus instalaciones, equipamiento, personal sanitario y –lo más valioso– sus pacientes, que son la riqueza de la enseñanza y el aprendizaje. El trabajo de estos médicos residentes no es remunerado en la mayoría de los hospitales. La edad promedio de un médico que inicia el posgrado es de 28 años. Muchos ya se han independizado de sus padres y tienen familia que mantener. En un hospital, el médico residente es el pilar de la atención médica. Ingresa, interroga, examina, diagnostica y da los primeros tratamientos a los pacientes; realiza guardias de 12 o 24 horas cada tercer día; debe, además, realizar la actividad administrativa que implican los formularios de historias clínicas que hay que llenar y actualizar constantemente en la computadora. Su trabajo es arduo, constante, sin horarios fijos ni respeto de fines de semana o feriados. Llegará agotado a su casa, a descansar y a seguir leyendo, porque al día siguiente hay que presentar o discutir nuevos casos clínicos. Con ese ritmo por 4 años, como mínimo, ¿de qué vive un médico residente? Si no tiene dinero ahorrado o alguien que lo mantenga es muy difícil que se pueda acceder a una plaza de posgrado.
El Ministerio de Salud Pública debe replantearse el apoyo económico de los hospitales docentes a los médicos residentes posgradistas. La ganancia es para el país. (O)