Hay quienes se sorprendieron al ver como al secretario del comité noruego del Nobel, Kristian Berg Harpviken, se le iban las lágrimas y se le quebraba la voz al comunicarle a María Corina Machado que ella era la ganadora del Premio Nobel de la Paz del presente año. Y es que sobre los nórdicos hay esa creencia de que son gente de temperamento impasible, frío y flemático. Una imagen que, como todo estereotipo, no hace justicia a un pueblo que ha producido escritores y artistas tan apasionados y sensibles como como Henrik Ibsen, Edvard Munch y Edvard Grieg, entre otros. El comité fue claro. María Corina fue escogida por su lucha contra la dictadura venezolana y por su tenaz dedicación en favor de una transición pacífica.

En momentos tan sombríos para la democracia, como son los que estamos atravesando; momentos en los que han regresado los “hombres duros”, los autócratas y los dictadores como referentes de la política, la decisión de honrar a María Corina por su empeño en desafiar a uno de los regímenes dictatoriales más oprobiosos del siglo XXI, es, sin duda, un chiflón de aire fresco y mensaje de esperanza para quienes creen aún en la democracia no solo como una forma de gobierno, sino también como una forma de vida. Una forma de organizar el poder de tal modo que esté al servicio de los individuos y no estos al servicio del Estado. El galardón a María Corina es un potente recordatorio de las virtualidades y potenciales de los seres humanos, un llamado a trascender sobre la mediocridad y conformismo de la que hoy tanta gala se hace, un llamado a romper con la anomia y banalidad tan presente en una sociedad embrutecida por el espectáculo y la fugacidad del consumismo, y una inspiración para millones de personas que viven presas del miedo y la persecución. Una vida entregada a la causa de la libertad en ese mar de terror y corrupción que el chavismo instaló en la patria del Libertador no debe ser cosa fácil. Muy similar a los sistemas fascistas y comunistas que tanto dolor trajeron en el siglo XX, la dictadura de Maduro se sostiene en el poder gracias a una represión brutal, la violación sistemática de los derechos humanos, el repudio a las instituciones liberales, el imperio de una economía estatizada y la imposición de una ideología colectivista.

Eso es lo que se vive en Venezuela. Un Gobierno que ha hipotecado al Estado en favor del narcotráfico y que ha quebrado la economía de su país. Una tragedia que ha producido una gigantesca salida de venezolanos; casi 8 millones de ellos no pudieron soportar más y tuvieron que abandonar su país y sus familias. Ese es el régimen al que tanto admira Correa, el arlequín de los dictadores corruptos de turno, y al que su pandilla acá en el Ecuador se niega a condenar. Ese es el régimen que ahora pretenden imponernos en nuestro país nuevamente. Ese es el modelo de política que la autodeclarada izquierda latinoamericana tanto admira.

Como bien lo enfatizó el vocero del comité noruego del Nobel, María Corina ha sido un ejemplo de lucha pacífica. Ese camino –el de la paz– es el que optaron Martin Luther King, Gandhi, Mandela y muchos otros individuos que al igual que ellos transitaron por difíciles senderos, venciendo al odio y la violencia con el lenguaje de la razón y la humildad. (O)