Un alto funcionario dijo hace unos días, cuando inspeccionaba hospitales públicos, que los clientes del IESS deben ser bien atendidos. Lo repitió como quien da una orden sabia: “Si están pagando, exijan buena atención”. Pero no. Los enfermos no son clientes. No están comprando un celular ni una hamburguesa, ni escogiendo un perfume o reclamando por un mal café. No son usuarios de una tienda. Son personas vulnerables, con cuerpos frágiles, con miedos, con esperanzas.
Llegan a un hospital no porque quieren, sino porque lo necesitan. Buscan diagnóstico, alivio, humanidad. Están en juego la vida, la salud, su trabajo, sus familias. Llamarlos “clientes” revela una lógica peligrosa: la salud como mercancía, la enfermedad como negocio, el paciente como consumidor. Y no. Eso no es justicia social. Ni ética pública. Ni humanidad.
La atención médica no se ofrece en anaqueles. No se empaca. No se vende. Se entrega con ciencia y conciencia. Con manos formadas y corazones comprometidos. Hay instituciones que honran esa vocación, como la Clínica Guayaquil: más de 105 años de servicio ininterrumpido, pionera en la ciudad y en el país, símbolo de medicina de excelencia y calidez. Además del considerable aporte de excelentes médicos especialistas, toda una familia de médicos de la familia Gilbert sostiene casi como titanes con conocimientos y empatía un servicio que llega a todas las capas sociales. Con una familia de médicos que lleva generaciones enteras en quirófanos y salas de urgencias. Con 45 trasplantes de corazón realizados desde noviembre de 2021. Con atención a pacientes derivados del sistema público, vengan del Guasmo o de barrios con piscina, tengan seguro o solo fe.
Y, sin embargo, desde 2022 el Ministerio de Salud le debe más de 12 millones de dólares. Doce millones. No en teoría. No en futuro. Ahora. Hoy. Mientras el oxígeno sigue fluyendo y las cirugías se hacen con materiales que aún no se han pagado.
Esa deuda no es solo una cifra. Es una herida abierta. Porque sin esos fondos no se paga a proveedores ni a médicos ni al laboratorio que realiza pruebas vitales. No se paga al que suministra oxígeno ni al que lava la ropa quirúrgica. Es una cadena que, si se rompe, no suena: sangra.
Las deudas deben honrarse, pues al no hacerlo se resiente la salud, área prioritaria junto con la educación para cualquier gobierno.
¿Puede un Estado quebrar a quien le sirve? ¿Puede desangrar a quien sostiene la vida de otros? ¿Puede hablar de eficiencia mientras asfixia a quienes hacen posible esa eficiencia? No se trata de filantropía. Se trata de corresponsabilidad. Si el Estado deriva pacientes, debe asumir el compromiso completo: desde la derivación hasta el pago. No es un favor: es un deber.
Una salida ética y urgente sería pagar con bonos del Estado. Para que la deuda no se convierta en sentencia. Para que no se apaguen quirófanos ni se cierren puertas a quienes ya bastante cargan con sus diagnósticos.
La salud no es un mercado. La enfermedad no es un negocio. El paciente no es un cliente. Es una vida. Que merece atención digna, oportuna y profesional.
Cuidar al que cuida debería ser política pública. No una excepción. Ni un olvido. (O)