Este es mi tercer intento. He escrito columnas enteras y luego las he borrado. La primera trataba fieramente sobre la violencia que sufrimos las mujeres, con cifras, anécdotas y un reclamo social relacionado con las desventajas que vivimos, tanto en derechos civiles como en el ámbito laboral. La otra era muy personal, contaba sobre un final abrupto que viví hace poco, como consecuencia de ponerle velocidad a un tema que debe ir construyéndose en el tiempo, con paciencia y cotidianidad.

Me arrepentí de ambas. Imagino que aún conservo vestigios del miedo por ser mujer viviendo en un paraíso machista, donde se nos juzga por lo que decimos y, también, por lo que callamos. Un lugar donde levantar la voz para pelear, exigir o reclamar nuestros derechos es un buen motivo para llamarnos conflictivas; y si, encima, mostramos abiertamente nuestros más profundos temores o sentimientos, seremos etiquetadas inmediatamente como dramáticas. También, los problemas de comunicación son un gatillo que dispara caos desde todo orden. Sin embargo, pese a que la vida es corta y el drama espanta, sigo creyendo firmemente que las mujeres no debemos callar. También, en el tema personal creo que, cuando hay amor, no puede haber explosiones y rompimientos, al contrario, las palabras deben ser puente. El camino es largo, hay que mantener la esperanza de ser felices, siendo fieles a nuestros ideales y defendiendo aquello en lo que creemos.

En esa misma línea, el respeto debe ser indispensable en todos los espacios. El ámbito laboral, por ejemplo, es un lugar donde muchas mujeres reciben acoso —a veces de manera pública— y les toca callar, sonreír o justificar el comportamiento de sus acosadores por temor a perder su empleo. Aunque no es justo, sigue pasando. Debemos dejar de romantizar el acoso disfrazado de piropo y empezar a normalizar el respeto por el cuerpo de los demás. Basta de la frase machista cargada de complejos: Si fuera Brad Pitt, no te molestaría. Falso, acoso es acoso, sin importar belleza o dinero del acosador.

Este 8 de marzo, conmemoraremos el Día Internacional de la Mujer, que no se celebra, ni es un 14 de febrero recargado, es un día para recordar la lucha por igualdad de derechos para la mujer desde muchos frentes, tanto laborales como sociales. Pero hoy quiero agradecer por esas mujeres que a pesar de sus vidas complicadas logran hacer tiempo para estar pendientes de otras, cuando estas atraviesan momentos difíciles; sin desvalorizar, sin burlarse ni lanzar culpas, sin poner etiquetas. Solo escuchar y estar, desde la empatía y amor.

Finalmente, esta columna es para agradecer y comprometerme con ellas, para ser ayuda y apoyo como lo fueron en su momento conmigo. Es necesario devolver lo que se recibe con gratitud, y aunque se vienen tiempos difíciles, es reconfortante sentir que no estamos solas. Por tanto, pienso seguir diciendo lo que siento desde el corazón. También, defenderé aquello que creo justo y seguiré pidiendo respeto para los derechos de las mujeres. Hago mías las palabras de Mary Wollstonecraft: “Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”. (O)