Una sobrina asistía con su hija a una fiesta de Halloween en el jardín de infantes. Llegó otro padre de familia quien, con el rostro desencajado y pálido, les narró la aterradora experiencia que acababa de pasar. Iba a la celebración por la Ruta Viva, que forma parte del cordón de vías que unen Quito y el aeropuerto de Tababela, allí pudo evitar por pocos centímetros, había dicho, la embestida de un camión que chocó con otros vehículos, para luego estrellarse contra un muro y causar un accidente horroroso. Entre los carros implicados estaba un tanquero de gas que explotó, desatando el incendio consiguiente, varios automotores resultaron destruidos, un motociclista fue atropellado... un cuadro dantesco. Las narraciones en redes sociales y medios de comunicaciones difieren en detalles, coincidiendo en lo esencial y en lo más grave, la muerte de varias personas.

Ya habían transcurrido cinco horas de la tragedia, yo volvía de Quito y me vi secuestrado en un descomunal atasco. Me demoré tres horas y media en recorrer 16 kilómetros que normalmente hago en 30 minutos, conduciendo despacio. No tiene sentido contarles las insólitas peripecias que viví en ese lapso, son anécdotas banales, para mí molestísimas... y también para miles de seres humanos encarcelados en toda clase de vehículos particulares y de transporte público. Esta poco agradable situación era consecuencia del cierre vial motivado por la colisión. Me pareció como un enérgico llamado de atención sobre el terrible estado del tráfico en el país y la escasa capacidad de reacción ante una emergencia. No quiero imaginar lo que habría sucedido si la sobrecarga de automotores se hubiese debido a que la gente huía de un incendio. No salía nadie vivo.

En la vía en que ocurrió la desgracia hay un radar de control de velocidad. Eran tres, pero los otros fueron destruidos en el paro de 2022. Qué revolucionarios, ¿no? Algunas organizaciones poderosas presionan para que no se reinstalen, ni aquí ni en el resto del territorio nacional. El Ecuador fue en 2024 la tercera nación de América Latina con más muertos por siniestros de tránsito y estos constituyen la quinta causa de muerte en el país. Los ecuatorianos deberían morir solo de muerte natural. Los accidentes mortales deberían ser sucesos raros e imprevisibles. No es justo que los habitantes de esta república salgan todos los días a aventurarse en la selva de asfalto con altas posibilidades de no volver jamás, porque, por razones perfectamente previsibles, se les cruzó un accidente.

Retorciendo un antiguo cuento persa, sucedió que a un prometedor profesional ecuatoriano lo había citado la muerte, en tal dirección y a tal hora, para morir arrollado. Pero no llegó, porque antes lo mataron en un asalto. Más allá de la fantasía, somos los primeros del subcontinente en homicidios y esa es aquí la segunda causa de muerte, la primera es por algún problema cardiaco... nada improbable que algunos de los que así fallecen se deba al susto que tuvieron debido a un atraco o a la mala maniobra de un conductor desaprensivo. ¡Día de Difuntos! Recemos por las benditas y olvidadas almas del purgatorio, esos muertos que ayudan a los vivos en situaciones desesperadas. (O)