En 1996 se publicó El capitán Alatriste y vino firmado por Arturo Pérez Reverte, junto con su hija Carlota, que entonces era una adolescente (se pretendía llegar a lectores colegiales). Desconozco si ya entonces el escritor tuvo claro a dónde podría llegar en la veta histórica y de aventuras que abrió con ese primer trabajo. Lo cierto es que desde la segunda novela Limpieza de sangre (1997) el autor ha concebido ocho novelas, muchas de las cuales se leyeron en los institutos para estudiar historia española. La última, del presente, circula luego de catorce años de silencio.
El siglo XVII, llamado de Oro por su tremendo desarrollo cultural y artístico, es el marco de los movimientos de los personajes que, creados en la primera novela, avanzan hacia una gran tarea en la capital francesa, que exige que todo el valor de los espadachines se ponga en juego, así como la madurez de quienes han crecido en azares y edades ante los ojos del lector. Felipe IV gobierna España y Luis XIII, Francia: la primera empieza a mostrar los desajustes económicos que mellarán el gran imperio; la segunda, está dividida por las guerras entre católicos y protestantes.
El capitán Alatriste, tan experto para la contienda desde los tiempos de Flandes, sigue protegiendo a Íñigo Balboa, el hijo de su compañero de armas que quedó bajo su cuidado, que ya tiene 18 años –y a quien el autor le da la voz narrativa en la vejez y por tanto recrea recuerdos–, junto al viejo Copons y a un nuevo compañero, están al servicio del poeta Francisco de Quevedo. Esta camarilla recorre las calles de París, junto al joven que chapurrea francés y puede referirse a las bellezas de la ciudad. Alguien criticó el carácter arquetípico del capitán, como si
manejar esta clase de personajes fuera un defecto. A mí me parece muy adecuado mantener el laconismo, la reciedumbre y los pequeños signos con que se expresa, ahondados en una pesadumbre de la vida. Alatriste ya tiene 45 años y no sabe adónde lo conducen sus pasos, más allá del cometido que realiza.
El encanto de esta novela radica en el acercamiento ficcional entre Dumas y Pérez-Reverte, que muestran sus páginas. El valiente Alatriste es desafiado a un duelo por Athos, el líder de los tres mosqueteros (recuérdese que con D’Artagnan son cuatro) y los dos grupos siempre tensos, terminan por servir a una misma causa, previo al secuestro del cardenal Richelieu.
El ensamblaje histórico de la “acción posible”, como diría Aristóteles, esa que está a la mano de cualquier gran creador, siempre y cuando las alteraciones de la realidad calcen perfectamente, constituyen el corazón de este animoso tomo, para el cual el autor ha estudiado con minuciosidad cómo se puede ingresar a una ciudad sitiada –la Rochelle– cruzando pantanos, en un momento de la guerra entre franceses que dirigió Luis XIII para acabar con los hugonotes.
Y como un libro de aventuras jamás carece de una historia de amor, se da un paso en los juegos de amor y odio que han llevado desde los inicios de la trama el adolescente Ínigo con Angélica del Alquézar, la aristócrata inalcanzable. Son sagaces los guiños del texto sobre los sucesos de las siete novelas anteriores. Un rubro exquisito es el salpimentado vocabulario de la época, junto al preciso uso del vosotros, con que se expresan todos. (O)











