La duración de las cosas que se encuentran sujetas al cambio nos puede producir angustia, así como la cercanía o lejanía de los plazos temidos o anhelados.

En un pestañeo se consumió ya un tercio del séptimo mes del año –el segundo en pandemia– y hacemos cuenta de ‘lo que queda del 2021’.

Una parte de los ecuatorianos mira hacia septiembre, con esperanza, como el plazo en el que se podría retornar de forma general a las actividades si se cumple a cabalidad con el plan de vacunación.

Salvo por alguna contingencia mayor, parecería que vamos por buen camino; la población está respondiendo de manera favorable a la convocatoria de la vacunación, las dosis siguen llegando y se va puliendo el proceso.

Sin embargo, hay también en el ambiente una especie de desánimo por causas de tinte negativo que amenazan la convivencia ciudadana, la paz social y que dejan perplejo a quien intenta encontrar respuesta a tanto sinsentido.

Personajes con cierto nivel de influencia sobre sus cercanos –pocos o muchos–, que no necesariamente constituyen una porción importante de la población, logran maniobrar para imponer zozobra, causar daño y generar malestar social.

Van de lo poco a lo mucho: desde reenviar información falsa o con fines especulativos, con la intención de potenciar su amplificación en una audiencia incapaz de identificar dónde comienza la manipulación, hasta cebar con promesas y dádivas a quienes se convertirán luego en víctimas.

En otra escala se sitúan los delincuentes organizados, que con aparente formalidad logran operar y salir ilesos maniobrando con piezas clave de un sistema de justicia apolillado.

Y en un rango extremo, antisocial, están los capos que operan a nivel transnacional, con motivaciones que no reparan en el tipo de daño que infligen ni en la dimensión de las consecuencias.

Ecuador está siendo mirado en la región como un espacio con posibilidad de construir buen clima, en un paisaje con amenaza de tormenta. Pero, casa adentro, tenemos amenazas de chispas que podrían chamuscar la oportunidad que tenemos para sentar nuevas y fuertes bases para cimentar una posible recuperación.

Por eso es importante ensayar miradas hacia plazos cercanos y medianos, para valorar el tiempo que transcurre y sopesar qué vamos aceptando, qué oportunidades se podrían desperdiciar, a qué manifestaciones debemos plantarles un NO rotundo.

El tiempo transcurre inexorable, los plazos se vencen y las oportunidades que no se aprovechan pasan. Parecería insensato no darse cuenta de esto; sin embargo, las lamentaciones abundan respecto de lo que ‘pudimos haber hecho’.

Luego, miramos un poco más allá y en nuestras narices estará diciembre. ¿Con nuevos propósitos o lamentaciones?

Volvamos al 10 de julio. ¿Qué hay debajo de nuestros pies? ¿Sobre qué país nos asentamos? ¿Qué sociedad conformamos? ¿A qué políticos respaldamos? ¿Qué ideas nos influyen? ¿Nos planteamos con sinceridad qué es lo mejor para nuestro barrio, nuestra ciudad y nuestro país? Reflexionemos y volvamos a mirar hacia septiembre y diciembre. (O)