Su nombre estaba en boca de todos: en portadas de revistas en Berlín, Viena y París. María Orska llenaba teatros y cines en Alemania y Austria, Praga y Budapest. Su autógrafo en postales donde aparecía actuando o luciendo la última moda hacía soñar a las muchachas. Su rol más exitoso: diva, mujer de un eros tan poderoso que convertía la vida de los hombres en tragedia (obras obviamente escritas por hombres). Fue la Salomé de Oscar Wilde, la Lulú de Wedekind, las manipuladoras de Strindberg. Su carrera teatral (1910-1929) abarcó comedias y dramas sensacionales. Trajo Pirandello a Berlín. Incomodó a los críticos con su emocionalidad exótica que pisoteaba las reglas del teatro alemán. Una marca de cigarrillos llevó su nombre. Protagonizó una decena de películas del cine mudo alemán. Las numerosas entrevistas que concedió a la prensa revelan una artista sensible e inteligente, abrumada por la soledad de la fama.

En el libro de visitas de su amiga Edith (hermana del político Walter Rathenau), María Orska escribió: “Conservamos siempre solo lo que hemos perdido”. Los bolcheviques destruyeron el hogar natal de María (nacida Rachel Blindermann) a orillas del mar Negro, en la hoy todavía sufriente Ucrania. Extranjera, conquistó Europa con talento y esfuerzo. Cómo comprender que una artista así arruinara su vida por perseguir el amor de un esposo infiel: el barón Hans Jr. von Bleichröder, de la famosa familia de banqueros de Bismarck. La hermana de María, Gabi, se casó con un marqués italiano; y su hermano, Edwin, con una ecuatoriana de cuna y fortuna. Quiso el destino que el hermano de la gran Orska fuera a parar al Ecuador tras escapar de un Berlín asediado por el nazismo. Nacido, como sus hermanas, en Mykolaiv, de padre ucraniano y madre estadounidense de origen alemán-judío, Edwin moriría en Quito, donde todavía viven sus descendientes.

(...) sobrevive en la memoria de su familia en Ecuador, gracias a la cual su historia llegó a mis manos...

Los restos de María Orska reposan en Viena junto a los de su madre, pero al terminar la Segunda Guerra Mundial se retiró la lápida. No necesito explicarles por qué ninguno de los parientes judíos se encontraba en Austria para prevenirlo. María Orska se suicidó en 1930 y en su época pocos conocían el motivo de su adicción a la morfina (escándalos que la prensa cubría vorazmente). En una carta de 1924 al director teatral Meinhard (a quien los nazis deportarían a Theresienstadt), la actriz le recuerda a su jefe que se sacrificó “motivada por un enfermizo sentimiento de gratitud, por el sentido del deber, y así arruiné mi salud. Hace 9 años abandoné la clínica después de haberme sometido a una operación para actuar en Kameraden. Recuerdo que para mantener el teatro lleno en cada representación de Erdgeist actué con una herida abierta. En mi estúpida ligereza me arruiné de tal manera que hoy me he convertido en una mujer vieja con una dolencia femenina incurable, ¡y no es solo física la destrucción que en nombre del teatro he acarreado a mi vida!”. Es una historia trágica y mágica a la vez. Mágica por la artista que fue y porque sobrevive en la memoria de su familia en Ecuador, gracias a la cual su historia llegó a mis manos y me ha acompañado a descubrir no solo su vida, sino mi propia alma. (O)