El diésel ha sido, durante medio siglo, la metáfora perfecta del Ecuador: un país que se niega a aceptar el precio real de las cosas. Creímos que subsidiar el combustible era un acto de “justicia social”. Resultó evidenciar el populismo enquistado en la economía y el oportunismo disfrazado de solidaridad. Hoy, su fin, representa madurez fiscal.
En 1974 Guillermo Rodríguez Lara implementó el subsidio a los combustibles, aprovechando el excedente provocado por la venta del crudo, con el propósito de reducir los costos del transporte. Dada la situación económica del país que tendía a crecer por la venta del petróleo, se extendió el subsidio al transporte público y privado. Luego de la dictadura, regresamos a la democracia, pero no a la sensatez. El subsidio se mantuvo.
Por 51 años ha sido intocable por ser popular. Para poner en perspectiva este suceso, la noticia de la introducción del subsidio se la vio en televisión en blanco y negro, no existían las computadoras ni Windows, faltaban diez años para que se cree el internet, Nixon era el presidente en Estados Unidos, la URSS estaba en todo su apogeo con Nikita Kruschev a la cabeza, la guerra de Vietnam todavía no acababa y Franco todavía vivía. Ha corrido mucha agua bajo el puente y mucho, mucho dinero desembocó en las manos equivocadas: $ 53.000 millones que no volveremos a ver y que, en buena parte, ni la minería ilegal ni el contrabando nos van a devolver.
Durante los días del paro el país perdió millones en producción, turismo, empleo y confianza. Pero hay algo más grave: la normalización de la violencia como mecanismo de negociación. Cada vez que se toma una decisión fiscal responsable, se toman las carreteras para que los tomen en cuenta. Si se toman medidas, lo toman a mal. Les toma por sorpresa. Se lo toman a pecho. El resultado: nos toman el pelo. Y se paraliza la economía.
En los días del paro vimos escenas ya familiares, como carreteras cerradas, bienes públicos destruidos, y líderes autoproclamados salvadores del pueblo negociando, entre consignas, su propio protagonismo. Nada nuevo bajo el sol.
El fin del subsidio era una medida necesaria, aunque políticamente suicida. Siempre se supo. Esta vez se logró. Lo paradójico, y casi poético, es que los opositores de su eliminación son los mismos que se negaron a continuar la explotación del crudo del bloque 43, ITT, para mantenerlo indefinidamente bajo el subsuelo, y que ganaron la consulta popular, autoproclamándose ambientalistas. Ambientalistas que adoran un subsidio de combustibles fósiles.
Esta vez el Gobierno no retrocedió. El subsidio insensato se eliminó y, aunque muchos anuncian el apocalipsis, lo cierto es que el mundo sigue dando las mismas vueltas. Los precios se ajustarán, como en cualquier economía normal. Solamente que ahora el fisco va a dejar de gastar para que el galón de diésel siga siendo el más barato de la región, después de Venezuela. No por mérito económico, sino por terquedad política. Terminó una era. La del populismo económico convertido en dogma. Tal vez, después de tanto tiempo, el país empiece a aceptar que la madurez fiscal también es una forma de independencia. (O)










