El libro El bicho que se bajó del tren, del escritor, periodista y político Benjamín Ortiz Brenan, se ha considerado una novela histórica. De alguna manera puede decirse que toda novela es histórica, puesto que todas se desenvuelven en un contexto temporal, geográfico y social determinado, incluso las ficciones más atrevidas. Pero, sin desparramar, novela histórica es una narración que introduce elementos ficcionales en el marco de un periodo objetivo, creando relieves y contrastes que permiten destacar y analizar aspectos del momento escogido, de su población y sus individuos. En ese sentido la novela de Ortiz se sitúa a pleno derecho en el género: introduce una anécdota familiar y de romance, en realidad un trasunto de su propia estirpe, en la época de la construcción del ferrocarril trasandino y de la Revolución Liberal. El experimento, toda novela lo es, consigue exponer valores, metas, miedos, esperanzas y otras pasiones, y otras convicciones, de los seres humanos de ese tiempo y de sus comunidades, en la Sierra central ecuatoriana. Es una historia de amor inserta en el escenario del tránsito de una sociedad barroca a la modernidad, tardío y por tanto doloroso. En los pasajes en los que el asunto romántico domina el texto, este alcanza la tensión precisa.

Cuando publicó su primera novela, A la sombra del magnolio, en 2017, Benjamín Ortiz me sorprendió, como a muchos, con su incursión literaria. Lo conocí en el periodismo, oficio en el que descolló desde que se inició en el desaparecido diario El Tiempo, para ser luego director de información de un canal de televisión y director del también desaparecido, asesinado se podría decir, diario Hoy. Su paso a la política activa lo llevará a ser canciller de la República en el gobierno de Jamil Mahuad, tiempos turbulentos que no terminan por abonanzarse, otro tránsito atrasado de la sociedad ecuatoriana. El novelista, según cuenta, no salió de la nada, ni de la noche a la mañana, sino que es una vocación temprana pero postergada. La literatura no promete nada en Ecuador, por eso las promesas y talentos se vuelcan hacia otras actividades que presentan más halagüeñas perspectivas, entre las que predominan el derecho y el periodismo, este último de hecho puede considerarse un género literario, mientras que el foro exige cierto dominio de la lengua y de la pluma... ¡si no conoceré esos caminos!

Esta es otra novela sobre la época alfarista. Aunque, repito, el entorno político es mediato, no se lo puede pasar por alto. La manipulación que hizo el correísmo del significado de ese periodo contaminó su memoria. No es que la Revolución Alfarista sea un sacrosanto tabú sobre el que no se puede hablar, fue proceso en el que hubo desvíos y hasta perversidades, pero probablemente era inevitable. Hemos llegado a 2021 sobredosificados de alfarismo, pero no podemos escapar de esos hechos que mi generación no vivió, pero los sintió cercanos en las memorias y recuerdos de nuestros padres, abuelos, familiares y amigos, que algunos narradores han recogido en obras de distintos géneros, para que un día se entienda cómo llegamos a ser lo que somos como país y comunidad. (O)