Los ecuatorianos vivimos atrapados en el tiempo por dilemas y confrontaciones que no hemos sabido enfrentar con la entereza y la profundidad necesarias. Son problemas que permanecen en lo más hondo de nuestra identidad colectiva y que, al no resolverse, nos impiden alcanzar acuerdos nacionales que nos permitan vivir en paz y mirar el futuro con optimismo. Con frecuencia nos negamos a sentarnos en la mesa de diálogo para buscar soluciones democráticas a nuestras diferencias; muchos prefieren imponer antes que razonar.
Es como una madeja de lana enredada hasta el extremo, con nudos imposibles de desatar, que impiden a individuos, comunidades y colectivos hallar salidas a sus problemas reales. Es como si las diversas sociedades que conforman el Ecuador vivieran de espaldas unas a otras, en mundos paralelos donde cuesta identificar puntos en común que nos permitan crecer como seres humanos, en medio de un escenario nacional y global cada vez más polarizado.
Mucho se ha escrito sobre este fenómeno social, donde conviven colectivos con horizontes distintos y realidades incompatibles, lo que dificulta un entendimiento básico. Quienes no saben o no quieren dialogar terminan recurriendo a la violencia. Pareciera que no buscamos soluciones compartidas, sino que cada cual intenta imponer por la fuerza su propia visión de un mundo dinámico y cambiante, lo que hace difícil de navegar.
Quienes ingenuamente creen fundar la nación ecuatoriana hoy, dan la espalda a la historia y a la realidad. Hay que aprender de nuestros errores. Hemos tenido en nuestra reciente historia dos diálogos entre los gobiernos de turno y los sectores sociales e indígenas; me pregunto: ¿hemos cumplido lo acordado?, ¿nos entendemos mejor actualmente?
Hemos terminado construyendo no una, sino varias sociedades dentro del Ecuador, divididas por diferencias estructurales profundas, marcadas por el irrespeto mutuo y por la ausencia de un liderazgos capaces de unificarnos.
Debemos pensar en complementarnos y dejar de competir y priorizar intereses particulares, sin reconocer los valores y méritos de los demás. Tanto nos hemos distanciado que los ecuatorianos mantenemos visiones enfrentadas incluso sobre lo que significan los derechos humanos colectivos frente a los individuales, un debate que también atraviesa a la comunidad internacional.
La polarización entre la utopía del capitalismo y la utopía del socialismo, aunque superada en la historia, aún nos divide. Hoy vemos emerger modelos híbridos: un capitalismo estatista en algunos países occidentales y un socialismo globalizante como el de China. Esta realidad global nos demuestra la urgencia de alcanzar nuevos acuerdos, porque la humanidad enfrenta desafíos comunes: el cambio climático, el envejecimiento poblacional, las guerras, las armas de destrucción masiva, entre otros.
Al final, los líderes mundiales, pese a sus profundas diferencias, logran sentarse en una mesa de negociación para encontrar salidas.
Ojalá pudiéramos hacer lo mismo los ecuatorianos. (O)