Si se lo mira de una manera práctica, el bienestar del otro o de los demás en realidad garantiza mi bienestar y el de los míos.

Por ejemplo, si la sociedad en conjunto se propusiera reducir la pobreza, estaría logrando que se reduzcan significativamente la desnutrición, la deserción estudiantil, el desempleo, los embarazos precoces, la violencia intrafamiliar, la delincuencia, la inseguridad ciudadana, etc., que son las problemáticas que nos sitúan en el subdesarrollo. Así, la delincuencia nos lleva individualmente a incurrir en gastos para autoprotegernos y proteger a la familia, contratando seguridad privada, alarmas, cámaras de vigilancia, asistiendo a locales donde el costo de la seguridad se incluye en los productos que consumimos, etc.

Pero cada uno pelea para sí y los suyos lo que más pueda, incluso afectando a los demás o, al menos, desentendiéndose de la realidad circundante.

Acaba de pasar con el proyecto de Ley Orgánica para el Desarrollo Económico y Sostenibilidad Fiscal, que ha tenido un accidentado episodio en la Asamblea Nacional, donde las bancadas de oposición se lanzan acusaciones entre sí porque, a pesar de querer impedir que la ley se apruebe, dizque en defensa de la clase media, no alcanzan a explicar si su actuación se trató de incapacidad para entender los procesos legislativos o de una trama retorcida con intereses velados. La ley pasó tal como la envió el Ejecutivo, y el histrionismo solo los ha dejado en ridículo.

La legislatura es el reflejo de los partidos y movimientos políticos que propusieron a esos candidatos y de los electores que seguirán aplaudiendo los aspavientos de caudillos que lucran de fomentar sentimiento de revancha contra los que ellos señalen como el enemigo a vencer.

Esos electores, que tienen que sufrir las consecuencias de las actuaciones de las mayorías que se arman en la Asamblea para votar u obstruir propuestas y reformas, no se tomarán la molestia de tratar de entender qué los arrolló, si fue un carro o un tren, ni quién lo conducía o quién es su dueño.

Y una vez producido el daño, siempre se vuelven a escuchar lamentos. ¡Ay!, dicen exigiendo que no se quite el subsidio a los combustibles. ¡Ay!, pidiendo que la explotación petrolera o minera no dañe el ambiente. ¡Ay! se escucha más allá, exigiendo el respeto a los derechos humanos de los reos; pero otro ¡ay! se le sobrepone protestando porque no se endurecen las penas y encarcela a cuanto acusado vaya apareciendo. Otro ¡ay! exclaman quienes no quieren que les cobren impuestos y piden que se despida a los burócratas en exceso. Y enseguida con otro ¡ay! se protesta que se conculque el derecho al trabajo, por no querer quedar en el desempleo… que no se incremente el IVA… que no se pague la deuda… que no haya negociaciones con el FMI… que no se obligue a vacunar… que no se dé el regreso a clases presenciales… que no haya aglomeraciones… que se reactive la economía… que se decreten medidas de restricción ante la nueva variante ómicron del coronavirus…

Los ayes vienen de todo lado, pero se requiere que la razón se imponga dando paso a propuestas factibles pensadas para el bienestar común. (O)