“Echará mano a cualquier pretexto para evitar hacerse cargo de la cosa pública en 2017, porque sabe que quien tenga que hacerlo será poco más o menos el albacea de una quiebra... Y es que el pobre ‘pato’ que quiera cargar con ese muerto tendrá que realizar severas e impopulares reformas, que le harán odioso ante un pueblo mal acostumbrado a vivir bajo la cascada de dádivas que hizo posible la bonanza petrolera... Se irá a vivir en el país natal de su esposa, desde donde no dejará de criticar a su sucesor, quien quiera que sea, incluso si es su amigazo. Luego se dedicará a conspirar, lo que será fácil dada la inevitable impopularidad del nuevo mandatario, y volverá llamado de nuevo a la Presidencia por asonadas populares...”. Perdón por la larga cita, y mucho más por autocitarme, pero era necesario: así se veían las cosas en noviembre de 2015. Estaba clarito qué iba a hacer Correa y lo cumplió.
Quien no cumplió fue Moreno, que realizó el ajuste a medias, o más bien a cuartas, pero nos dio la agridulce sorpresa de desmontar el aparato correísta, aunque el desmonte también lo hizo a cuartas. Todavía muchos mandos de segunda fila pertenecen a la nomenklatura del déspota, quien tampoco ha vuelto respaldado por asonadas populares, sino que el sucesor, al que pensaba seguramente decapitar en una muerte cruzada, entregará el poder al ganador de unas elecciones en las que el correísmo tuvo un 30 por ciento, lejos de las anteriores mayorías absolutas, aunque suficiente para derrotar a la oposición ofuscada. La enorme suerte del caudillo le ha deparado un nuevo pretexto para no hacerse cargo del Estado, por lo que será su nuevo vicario el que tenga que desenredar el mare magnum que deja el primer Lenin.
Imaginemos lo inimaginable: Lenin II quiere hacer un ajuste ortodoxo. Entonces su mentor inefable se frotará las manos del gusto, pues tratará de capitalizar a su favor el disgusto popular ante medidas duras. “Eso es lo que nunca quisimos, este chico resultó un fondomonetarista y neoliberal, ha sido un OCP (ortodoxo, conservador y prudente, así llamaba a los economistas que discrepaban con él)”. Lo más probable será que Lenin II pretenda llevar a cabo sus descabelladas ideas para acabar con la dolarización y convertir en caja chica de su gobierno al Banco Central. Su padrino, igual, se frota las manos: astuto como es, sabe que con la inflación galopante, el déficit y el derrumbe económico inevitables el descontento de la gente se incrementará y entonces aparecerá como salvador, acusando a su ahijado de ser un “fundamentalista” y “persona inestable” que vino “con agenda propia”. ¿Y por qué quiere que le vaya mal a Lenin II? Porque un déspota no puede tolerar que surja un líder que le haga sombra y le robe el favor de las multitudes. Hay algo de hipotético en este escenario, pero está basado no en figuras imaginarias, sino en hechos reales, en cosas que ya las vimos, tomando palabras de la boca del exdictador y repitiendo sus gestos. Quien lo hizo una vez la hará dos veces. La gente no cambia. Lo peor que me podría suceder es que dentro de seis años tenga que volver a autocitarme. (O)