Si existe un vacío en la propuesta Ley de Libre Expresión, enviada ya por el Ejecutivo a la Asamblea, tiene que ver con el tratamiento formal que pide a gritos el actual escenario principal de circulación de pensamientos al granel y sin filtro: la web.
No, no me refiero a censuras ni previa ni posterior. Tampoco a trampas o cortapisas que impidan expresarse con facilidad tecnológica. Creo, sin embargo, que el debate es urgente en pos de acordar criterios comunes en esa interacción de ideas, a ratos efusiva, a ratos ofensiva, que es la materia prima de muchos sitios y las redes on line.
No admito tampoco episodios represivos de ninguna especie. Mi formación de 32 años en los medios más importantes del país me hizo atesorar las prácticas de verificación, confrontación y, sobre todo, la de apoyarse en fuentes confiables que requiere un dato antes de ser expuesto. También la urgente y a la vez simple aplicación de la lógica. Hay, entonces, que legislar esta temática sin miedo y buscar consensos que, quizás en otra futura ley, le pongan el cascabel al gato, sin importarle cuánto ruido haga. Ya en Europa se han discutido las connotaciones legales que puede tener una afirmación; o el ‘derecho al olvido’, mediante el cual se logra que quienes han pagado una pena no vuelvan a ser señalados públicamente por ella.
La proliferación de fake news en el mundo tuvo su momento cumbre hace poco más de cuatro años cuando a través de Facebook empujó a un candidato hasta la Casa Blanca y lo volvió gobernante de la primera potencia mundial. Twitter, que surgió como un interesante lugar para el intercambio de ideas, ha girado hasta convertirse en un ring donde muchos se gradúan de jueces, verdugos y noqueadores de teclado, cuando en la cotidianidad su introvertida personalidad no les permite participar, menos aún levantar la voz, en una discusión.
Para el primer caso, el remedio es lento, las fake news son tan viejas como la sociedad, con la diferencia de que antes circulaban en panfletos o en el canto de juglares. Ahora la misma velocidad con que las lleva la fibra óptica debería servir para que quienes las reciben y están a punto de creerlas puedan verificar su autenticidad.
Educación, educación y más educación es el antídoto. Un diagnóstico simple, pero ha sido tan difícil de lograr a lo largo de la historia nacional. Para las redes, en especial Twitter, esa educación debe llevar además fuertes dosis de inteligencia emocional, tolerancia y empatía.
Es además de sabios aprender de los ejemplos exitosos y prácticos, y ahí está, como producto de las redes mismo, la opción que quienes lucen sus cuerpos han desarrollado para complacer más profundamente a sus audiencias, con cuentas de pago como Only Fans.
Propongo, entonces, que quienes quieran expresarse al margen de las reglas del juego social se agrupen y paguen por hacerlo, a beneficio de grupos vulnerables. Una Only Fight para quienes solo buscan la confrontación, muchas veces irracional, y así podríamos encapsular más aún disputas absurdas, injurias, calumnias, troles, vejámenes y obtusas posturas, y que el camino de las ideas quede expedito para quienes sí quieren aportar. (O)