Ecuador despierta de su sopor con sobresalto. Los carteles de Sinaloa y de Jalisco Nueva Generación han convertido a las cárceles ecuatorianas en escenario de su guerra sin cuartel. Desde ahí, con mercenarios a su servicio, vienen operando la logística del tráfico drogas en el área andina.
Y el pulso por la supremacía en un mercado tan opulento ha desatado varios motines en la Penitenciaría del Litoral, que degeneraron en masacres tan abominables como terroríficas.
Bajo el mandato de acribillar al enemigo, las bandas han baleado a discreción a reclusos, indefensos e inofensivos, atrapados en el cruce de fuego.
Según la televisión mexicana, el 70 por ciento de la droga que llega a su país con destino a Estados Unidos proviene de puertos y caletas de nuestra costa. Destaca a Manta como centro de operación de los carteles, que utilizan lanchas y pesqueros artesanales que navegan a las Galápagos para luego tomar rumbo al norte; a más de una flota furtiva de avionetas.
No es casual que 2021 haya sido un año récord de capturas: 169 toneladas de coca, principalmente, que a precio comercial representa la friolera de 4.170 millones de dólares. Aclarando que, por cada kilo que se apresa, llegan a su destino tres o cuatro, al menos. Un factor que coadyuva a este fenómeno es la dolarización, que facilita el lavado de dinero y transacciones sin registro de cambio de moneda.
Sería injusto culpar al actual Gobierno de lo sucedido. Ha sido una situación represada que iba colapsar tarde o temprano. Al diligente gobernador Pablo Arosemena le han cargado la tinta, pero apenas estaba acomodando el escritorio cuando todo reventó; aun así, caben señalamientos.
Es vergonzoso que la Policía haya sido incapaz de asegurar que los centros de reclusión estén desprovistos de armas de fuego y explosivos. Por el contrario, son verdaderos arsenales propiciados por el negocio que significa su introducción clandestina, merced a la licencia de uniformados y guías penitenciarios. Y tan pronto se efectúa la requisa, se repone lo aprehendido.
Tampoco se la puede inculpar de todo, así como hay corruptos hay también profesionales íntegros. Parte del problema es que se ven contenidos de actuar a cuenta del “uso razonable de la fuerza”, concepto del correísmo que se enfoca más en los derechos humanos de los criminales que de las víctimas.
No se puede pedir que con toletes pongan orden en una refriega con fusiles de asalto y dinamita.
Las Fuerzas Armadas no se escapan a la crítica. Lo sucedido con el sabotaje del radar de Montecristi, según lo admitió el presidente Lasso, es bochornoso. A fin de paliar lo sucedido, se generó la expectativa de que la explosión ocurrida podía obedecer a un fallo mecánico; aunque a la postre se valida la sospecha de que hubo complicidad.
Dicen que no hay mal que por bien no venga; siendo así, la conclusión es que el combate al narcotráfico y sus secuelas trágicas es uno de los temas que debe convocar a la unidad nacional, sin distingos de ideologías o partidismos. Otros deberían sumarse al listado. (O)