El patio soleado de baldosas cuadradas recibía, con una frecuencia que desconozco, a las colchoneras. No sé si era el nombre que correspondía a ese oficio, pero así las llamaban: las colchoneras.

Dormíamos a pierna suelta en unos mullidos colchones de flores, de rayas, de colores. Colchones que de pronto pinchaban, dolían, acaloraban. La cara de mal dormidos debe haber sido la señal de que era hora de llamar a las colchoneras, o tal vez ellas aparecían el rato menos pensado, igual que el afilador de cuchillos, o el soldador con su típico grito: ¿Hay qué soldaaar?

¿Peor que la enfermedad?

El día de las colchoneras las camas no se tendían y todos los colchones iban a dar al patio soleado de baldosas cuadradas. Estas mujeres descosían los colchones, que eran de lana de ceibo. ¿Se acuerdan de esos hermosos árboles de formas humanas en los que veíamos un violinista o una caderona en las rutas que llevaban al mar? Casi han desaparecido, pero en sus innumerables brazos llevaban un copito de algodón que papá decía: Esa es la lana de ceibo que tiene en su entraña tu colchón.

Durante la mañana las mujeres descosían los colchones, sacaban toda la lana, la lavaban, escarmenaban y la secaban al sol. También los forros de flores, de rayas, de colores se lavaban y planchaban. A la tarde volvía la lana a su lugar. Con destreza única embutían los forros y cosían de nuevo los colchones, dándoles la forma y suavidad exactas para no pinchar, ni doler, ni acalorar.

Dormir en el colchón recién escarmenado era un placer indescriptible. Nuestros cuerpos sobre la tela suave de la sábana almidonada se ceñían y se hacían uno con esa lana suave, mullida, olorosa.

¡Serán linchados…!

“Yo me orinaba de lo lindo”, dice Santi. “Supongo que yo también, pero mi cama tenía impermeable”, me acuerdo y nos reímos con nostalgia de la buena.

Y ¿si este país tuviera colchoneras públicas? ¿Se imaginan lo bueno que sería? El oficio de colchonero no sería aquel de esas humildes mujeres, sería un trabajo valorado, bien pagado e indispensable para la buena marcha del país. Todo colchonero o colchonera deberá llegar temprano a realizar sus labores, dirá la ley. Labor que empezará por la Asamblea Nacional. Allí, con o sin la voluntad de las y los asambleístas, procederán a descoserlos y a retirar de sus entrañas las malas intenciones, las malas mañas y la viveza criolla. Los escarmenarán, desenmarañándoles las ideas absurdas, la falta de criterio, la ambición excesiva, la manía de interpelar, la procrastinación constante. (Ganarán horas extras. Las colchoneras, obvio).

Continuarán los colchoneros y colchoneras su importante labor por los ministerios, judicatura, consejo electoral y demás organismos a los que les hace falta un cambio de rumbo, una oxigenación urgente. Terminarán finalmente en Carondelet: presidente y vicepresidente, asesores y comunicadores se someterán con humildad a esta limpieza profunda. Hará falta sacudirles, zarandearles para extraerles el autoritarismo hereditario y contagioso, la indelicadeza y la gana de quedarse para siempre de dueños absolutos, cómodos y apoltronados pensando solo en sí mismos y sus rentables negocios. (O)