Juan Pablo II pidió perdón por matanzas en las que la Iglesia participó, o azuzó, o simplemente toleró, entre las que incluyó a las cruzadas. A lo largo de la historia las religiones se han impuesto con la espada. Todos los territorios en los que predomina el islam se ganaron con guerras y, que sepamos, nunca nos han pedido perdón por las masacres de cristianos que se perpetraron para conseguirlo. Las cruzadas fueron grandes expediciones militares organizadas por monarcas europeos católicos hacia la actual Israel, entonces dominada por los turcos selyúcidas islámicos, con el fin de abrir a los peregrinos los santos lugares en los que vivió y murió el fundador del cristianismo. Los selyúcidas no eran precisamente los “habitantes originarios” de la tierra de Judá, por lo que, en lugar de juzgar moralmente las cruzadas, destaquemos la pobreza de sus resultados. Tuvieron costos importantes en recursos y ocasionaron la muerte de varias decenas de miles de europeos. Dominaron pequeños territorios en Oriente Medio, ninguno de los cuales se mantuvo más de un siglo. Hubo oficialmente diez cruzadas, a partir de la cuarta ninguna volvió a poner un pie en Jerusalén.
En estos días, descendientes de Ricardo Corazón de León y de San Luis abandonaron Afganistán en manos de los talibanes, imposible contemplar la caída de Kabul sin revivir la memoria de las infructuosas cruzadas. Veinte años duró el intento de crear una república conforme a los valores occidentales. Con una simpleza que abruma, muchos comentaristas sostienen que los talibanes vuelven porque son mayoría. Esto, según informes más autorizados, no es así, tienen fuerte apoyo fuera de las grandes ciudades, pero gran parte de la población se resigna a sufrir las consecuencias de la derrota. Esto ha pasado muchas veces en la historia. Entonces, ¿por qué triunfan? Las fuerzas armadas del gobierno afgano superaban en número, preparación y armamento, pero les faltaba fe y entereza ética. Un grupo fanático y sin límites se impone fácilmente en una sociedad mal cohesionada, dividida en tribus, con una naciente burguesía corrupta, que no está dispuesta a jugarse la vida por defender los esquemas occidentales y piensa que ya se acomodará. Igual ocurre en tantas partes del mundo.
Sigo pensando que el presidente Biden es un mandatario buenista, de ideas trasnochadas y algo demagogo, no cambio de opinión, pero creo que las razones que lo llevaron a abandonar a Afganistán a su suerte parten de una premisa correcta: no se debe enviar a más jóvenes americanos a morir por defender a un pueblo que no está dispuesto a tomar en sus manos su destino. Occidente se encuentra bajo ataque. Las tendencias oscurantistas, las autocracias y oligarquías del mundo no se hacen lío y se disponen a negociar con los nuevos amos de esas tierras de amapolas. Los chinos se aprestan a apoyarlos, a cambio de que no ayuden a los uigures a escapar del genocidio. Los rusos, por su parte, esperan que no patrocinen movimientos radicales en sus múltiples territorios poblados por islámicos. Unos y otros han descubierto que los fanáticos en sus estrafalarios atuendos medievales también tienen bolsillos. (O)