La situación que debemos enfrentar ya provocó la caducidad de muchos referentes, de innumerables mitos, y generó la crisis del Estado prebendario, de la política como sistema de dominación, trampa y ventaja. Las circunstancias nos han puesto frente a la fea realidad que escamoteamos entre discursos, suspiros ideológicos y corruptelas. Y ahora estamos aquí.

La tremenda realidad nos plantea dos opciones. No más de dos: o la enfrentamos, o apostamos al disimulo y al acomodo; o tomamos el toro por los cuernos, o salimos corriendo hasta ver qué hacemos “en las próximas elecciones”. Por cierto, la huida hacia delante estará saturada de tragedias, inseguridad y negaciones. La decisión de asumirla exige, en cambio, claridad, firmeza, capacidad de comunicación y honradez a toda prueba. Implica la renuncia a todo cálculo, y supone asumir que primero es el país y su gente, y después los intereses y las ideologías bajo las cuales el Ecuador se ha convertido en laboratorio para experimentar sistemas inviables, como el socialismo del siglo XXI.

Un país agobiado por el desarme de las instituciones, paralizado por miedos y recelos, abrumado por el desempleo, angustiado por el provenir, endeudado hasta niveles inconcebibles, debe empezar reconociendo sus limitaciones y responsabilidades, y admitiendo el hecho de que incluso parte de la vieja legalidad se derrumbó, que algunos de los referentes en que estaban ancladas las reglas colapsaron. Que no hay inversión. Que no hay confianza.

Que lo que queda, como tesoro que hay que cuidar, es la gente honrada, la que no tiene representación política y cuya vocación es trabajar, emprender, inventarse una forma de vivir. Esa que aún tiene lealtades y a quien le duele el abuso, la que todavía mantiene capacidad de asombro y de indignación ante la corrupción. La que tiene aún la virtud del sonrojo y la vergüenza.

La tremenda realidad es un reto, un revulsivo, un sacudón. Y es obligación básica del Gobierno y de la sociedad mirar objetivamente lo que queda y cómo queda, y es obligación asumir que los hechos condicionan el ejercicio de los derechos y afectan a las libertades. La “derogatoria de los derechos por la realidad” es un concepto duro, inaceptable quizá, pero es lo que vivimos. Derecho al trabajo, pero no hay trabajo, derecho a la seguridad entre el miedo, los asaltos, los crímenes y el desamparo; derecho a la libertad sin condiciones para ser libres, derecho a la inversión sin recursos, sin confianza.

La tremenda realidad indica que no está entrampado solamente el Estado, lo que ya no es novedad; está entrampada la sociedad civil, la gente, la “ciudadanía” de gente honrada y trabajadora, pero compuesta también por quienes admiran a los vivos, suspiran por liderazgos corruptos y quieren seguir como si acá no hubiese pasado nada, aplaudiendo al “pilas”.

La tremenda realidad es que hay mucho que entender, mucho que cambiar, mucho que desechar, mucho que restaurar. Hay que preservar lo esencial, la dignidad humana. (O)