Hace poco intentaba analizar por qué en las redes hay personas que, sin una razón aparente, son capaces de lanzar ráfagas de odio hacia gente que muchas veces ni siquiera conocen. Hablan mal de los demás como si fuera el único deporte que logran ejecutar de manera cotidiana, en un bucle infinito de rabia, envidia y enojo pasivo-agresivo. Estoy convencida de que son personas que tienen una carencia y utilizan a los demás como un espejo donde miran lo que les falta, lo que quisieran ser o aquello que odian de sí mismos.

Estar optimista de manera permanente también es un engaño y puede disfrazar una pasiva agresividad.

Sin embargo, este grupo humano contrasta con otro, uno adicto a promover el positivismo tóxico, en un afán de conseguir seguidores e impulsar la idea de que debemos vivir dentro de una constante nube rosada de alegría, so pena de ser catalogados como amargados. Creo que esta obligación de ser feliz es tan violenta como los ataques virulentos antes mencionados. ¿Por qué nos creemos jueces de vida ajena?, ¿desde qué superioridad moral nos atrevemos a juzgar a quien peca, actúa o disfruta distinto que nosotros?

Es inquietante lo beligerante que se han vuelto ciertos medios digitales, como Twitter, por ejemplo. Aquí no importa cuál sea el comentario o la imagen compartida, la lluvia de odio cae inmediatamente. Hace mucho que dejó de ser una plataforma para el diálogo o la batalla de ideas y se convirtió en un bosque inhóspito donde se transita evitando ser linchado, o bien buscando confrontación como una estrategia para llamar la atención y tener dentro de un mundo virtual esos 15 minutos de fama de los que hablaba Wharhol en los años 60, ya que, en la vida real, ciertos personajes no lograrían jamás el mismo efecto. Por tanto, creo que la pandemia lejos de convertirnos en mejores personas, soltó todos nuestros demonios, pero ahora nadie sabe cómo regresarlos, o tal vez ya nadie quiera esconderlos. Esto hace que nos topemos con personas que han trasladado su rabia a la vida real, sin darse cuenta de que todo ese despliegue de odio viene desde la poquedad de su interior y no desde las acciones de los demás. Una vez más, creo necesario detenernos y analizar si estamos contentos con nuestra realidad o vivimos exclusivamente para subir fotos al mundo feliz de Instagram.

Recordemos que solo nosotros sabemos cuáles son nuestros anhelos o frustraciones y es fundamental reconocerlos para saber qué cosas podemos trabajar y cuáles debemos soltar. Desde afuera, muchas vidas parecen perfectas, pero sabemos que la perfección no existe. Estar optimista de manera permanente también es un engaño y puede disfrazar una pasiva agresividad. Así que empecemos a revisar nuestro interior para hacer la parte que nos corresponde y dejar de sumar rabia a un mundo que cada día luce más contaminado. El equilibrio nos vuelve humanos.

Finalmente, el tiempo sigue pasando, no desperdiciemos los momentos mirando, juzgando, burlándonos o criticando la vida de los demás y empecemos a vivir de mejor manera la nuestra. Me quedo con las palabras de Eleanor Roosevelt: “Haz lo que tu corazón sienta que es lo correcto, pues te van a criticar de todas maneras. Te condenarán si lo haces y te condenarán si no lo haces”. (O)