Cada 9 de octubre recordamos a los guayaquileños que en 1820 decidieron romper el dominio colonial español y proclamar la independencia. No fue un gesto improvisado: fue un acto de valentía y visión que abrió el camino a la emancipación de todo un país. Aquellos ciudadanos se atrevieron a asumir su propio destino.

Hoy, más de dos siglos después, vale la pena preguntarnos qué significa ser libres en el siglo XXI. Ya no se trata de emanciparnos de un poder extranjero, sino de algo más silencioso, pero igualmente limitante: nuestros paradigmas. Peter Senge advertía que “somos prisioneros de nuestros modelos mentales”, Jim Collins hablaba de la “tiranía de los paradigmas”: esas ideas que damos por ciertas sin cuestionarlas y que terminan gobernando nuestras decisiones sin que nos demos cuenta. Friedrich Hayek recordó que “la libertad individual es la condición esencial para que las personas puedan progresar”.

Oportunidad de paz

La libertad de nuestro tiempo exige un nuevo tipo de valentía: la de cuestionar creencias heredadas que nos mantienen cómodos, pero frenan el progreso. Libertad hoy es atreverse a pensar diferente, a innovar y competir creando valor en lugar de proteger privilegios. Significa construir empresas y sociedades que no dependan de subsidios eternos ni de narrativas que prometen seguridad mientras nos estancan. Es reconocer que muchos de nuestros problemas no provienen de la falta de recursos, sino de la inercia de paradigmas obsoletos: creer que nuestra economía debe girar siempre en torno a materias primas, que el Estado resolverá todo, que el cambio es peligroso.

Así como en 1820, hoy necesitamos romper las cadenas invisibles que nos atan al pasado. La independencia de entonces fue un acto de emancipación frente a un poder colonial; la libertad que necesitamos ahora es mental y estratégica: desafiar lo que creemos inamovible, liderar nuevos caminos, innovar y asumir la responsabilidad de nuestro destino colectivo.

Entre lo deseable y lo posible

Este nuevo concepto de libertad también interpela a la ciudadanía y a quienes lideramos organizaciones. Implica atrevernos a repensar modelos de negocio obsoletos, abandonar protecciones que limitan la competitividad y crear culturas que premien la creatividad, el aprendizaje y la adaptabilidad. Significa formar personas capaces de cuestionar, de aprender rápido y de asumir la responsabilidad de transformar realidades. En un mundo tan cambiante, el verdadero poder no está en proteger privilegios sino en desarrollar la capacidad de adaptarse, innovar y crear valor sostenido.

Celebrar el 9 de octubre no debería ser solo mirar atrás, sino proyectarnos hacia adelante, inspirarnos a conquistar una nueva libertad: la de pensar diferente, romper paradigmas y construir el futuro. Sin esa emancipación mental y estratégica, corremos el riesgo de seguir hablando de independencia mientras permanecemos atados a viejas cadenas.

Valentía y antipolítica

Creo que la verdadera independencia de nuestro tiempo consiste en atrevernos a cambiar la forma en que pensamos y actuamos. Solo así podremos romper los paradigmas que nos limitan y abrir caminos nuevos para nuestro país y para nuestras organizaciones. (O)