A su libro sobre La Mariscal, el gran escritor Francisco 'el Pájaro’ Febres Cordero lo tituló también y con acierto como La inocencia perdida, quizá porque el barrio se dio cuenta de las transformaciones en el proceso de crecimiento de la capital. De una pacata ciudad franciscana, que giraba entre conventos y rezos, se volvió una urbe algo más cosmopolita, con librerías y bohemia, así como excesos. No puedo dejar de pensar en esta idea propuesta por el Pájaro a la hora de examinar la actualidad de este emblemático y fundamental sector de la quiteñidad.

Y es que el barrio La Mariscal en la actualidad vive una crisis realmente preocupante, precisamente, cuando a la vez pasa por un momento cargado de potencial. Yo soy de los que cree, y así lo he practicado, que La Mariscal es un maravilloso barrio residencial, entre otras razones, por su ubicación privilegiada, su cosmopolitismo, sus cafeterías, su oferta gastronómica y cultural, así como su icónica arquitectura. Debería ser el ejemplo de que la mejor manera de proteger el patrimonio urbano es con habitantes. Además, en las zonas en donde ha sido posible, proyectos de construcción han permitido que el barrio se actualice con edificios habitacionales cómodos y eficientes.

Secreto a voces

¿Cuáles son los problemas? Seguramente, el más acuciante ahora, es su conversión en la cantina gigante de los estudiantes universitarios de la zona, que se han tomado las calles, no como una reivindicación del espacio público, sino como un desfogue de descontrol e inseguridad. Reyertas callejeras, escándalos, conductas de riesgo o agresiones a moradores son la tónica, sobre todo, los jueves y viernes en la tarde y noche, aunque tampoco es tan extraño que sucedan estos incidentes en otros días de la semana y a horas de la mañana. Averiguaciones de los vecinos hablan de ventas de bebidas alcohólicas sin registro sanitario a un dólar el litro.

Resulta tan penoso que ese sea el rostro de un barrio universitario. Pienso, por ejemplo, en los barrios universitarios de importantes capitales y me parece que no son muestra, triste, del alcoholismo que se apropia de las juventudes sin que nadie haga algo al respecto. ¿Han tomado cartas en el asunto las universidades de la zona? ¿Hay políticas públicas, de prevención y sobre todo de control, por parte del Municipio? Las iniciativas de regeneración de los últimos años, más bien, han venido de los vecinos, que se sienten cada vez más solos y frustrados ante la situación.

Un viaje revelador

La Mariscal es una preciosidad. Es incomprensible el abandono de las autoridades. Es más, parecería que si hubiera una visión amplia y voluntad política, se podría explotar al máximo el potencial de este barrio, para que se consolide como pulmón cultural y cosmopolita de Quito, con base en su fascinante historia y su incalculable acervo patrimonial. Y también merece ser cuna de estudiantes, pero que no sean causa de violencia e inseguridad, sino seres conscientes de la necesidad de apropiarse del espacio público para construir una ciudad con condiciones de vida más dignas y más oportunidades. Y que, por fin, la pérdida de la inocencia del barrio implique una verdadera toma de conciencia y decisión. (O)