¿Quién cuenta la historia? Preguntaba con avidez el maestro de lo que ahora en las unidades educativas (antes colegios) rotulan como “Sociales”, inmediatamente después de explicar los enfrentamientos entre conquistadores y conquistados; entre colonizadores y colonizados; entre represores y reprimidos. Y luego de ver nuestros ojos lo más abiertos posible, ante la dificultad de su pregunta, optaba por la respuesta simple, pero de una profundidad gigantesca: el ganador.

Y eso, que parecía obvio en los labios del maestro, en mi vida comunicacional de casi cuatro décadas he aprendido a entenderlo y valorarlo como uno de los elementos más claros de lo que han sido todos esos procesos de sometimiento y conquista de los que han surgido los más inverosímiles relatos, las más fantásticas faenas, casi sobrenaturales que, de boca en boca, en el pasado, crearon muchos héroes y villanos.

Hemos sido, entonces, en buena medida, formados con las ideas sesgadas de quien ganaba las batallas y tenía escribano y pintor para que inmortalice su narrativa; o como aquel relato de los “hermanos jamaiquinos que llegaron a colaborar en la construcción del ferrocarril en calidad de esclavos”, que leí años atrás en las paredes de la Ciudad Alfaro, Montecristi.

Hoy la cosa no ha cambiado en el fondo, pero sí radicalmente en la forma.

Ya no es boca a boca, sino tuit a tuit, reel a reel, injuria tras injuria, con las maravillosas facilidades que brinda la tecnología que, en tiempos de la inteligencia artificial, es capaz de hacer hablar en pantalla a los muertos; o hacer decir a cualquiera de nosotros lo que se le ocurra al sicario de teclado que tienen contratado para hacer daño, y que se asume como un servidor digital más, esquivando así padecer remordimientos.

En ese orden de ideas es claro que ya los golpes de efecto no resultan lo eficiente, que eran hace apenas un lustro. Ya los cierres de carreteras per se no te magnifican un paro a niveles nacionales, pues la geolocalización y el más modesto dron te los ubican en su real dimensión; ya tampoco basta con invadir los cuatro costados adyacentes a la sede del poder, en Quito, para enviar la imagen al mundo de que la capital estaba invadida por los manifestantes, como ocurría antes. La narrativa oficial se ha tomado la delantera en ese sentido y apoyándose en la tecnología ha desmontado esas supuestas realidades.

La historia ahora entonces la cuenta el que primero impacta en redes sociales, quien lo hace de manera más eficiente y posiciona su relato, no libre de distorsiones ni de ayudas de la IA, pero que le pueden significar una clara ventaja en la audiencia nacional. Un trabajo intenso de estrategas de teclado e imágenes que, como dije en líneas anteriores, mayoritariamente no tienen que ser lumbreras del conocimiento, pero sí dar muestras claras de absoluta ausencia de escrúpulos.

Y peor aún, es tal la avalancha de información que llega ahora sin filtro a esas audiencias, que cualquier relato truqueado se dirigiere y pasa cantando por esas nuevas realidades.

A tener los ojos muy abiertos entonces, y usar esa herramienta que los comunicadores saben fundamental: la duda. (O)