Este es un tema sobre el cual he escrito algunas ideas que rememoran otras épocas en las cuales las emisoras de radio eran protagonistas indiscutidas en la vida de las personas, como las del siglo anterior cuando las familias del Ecuador y del mundo se unían diariamente para escuchar transmisiones radiales que tocaban todos los aspectos de la vida social, informando de las noticias que se producían, generando espacios artísticos para que músicos interpreten sus composiciones y canciones o difundiendo las famosas radionovelas que captaban la atención colectiva y entusiasta de la ciudadanía.

Eran los Días de radio, espléndida película autobiográfica de Woody Allen, producida en 1987, que narra su propia infancia en la ciudad de Nueva York y su pasión por el jazz que lo descubrió precisamente a través de ese medio. Eran los tiempos de La tía Julia y el escribidor, obra escrita por Mario Vargas Llosa, publicada en 1977, también de alguna manera una autografía novelada de la vida del gran escritor peruano, en la cual parte importante de la trama aborda su amistad con el libretista boliviano de radionovelas de una emisora limeña.

Hoy la radio sigue siendo muy importante para una inmensa parte de la población mundial. En ese contexto, reflexiono sobre el individualismo que se manifiesta a través de certezas de autosuficiencia y actitudes de exclusión de lo que va más allá de la cultura de cada ciudadano.

Desarrollo esta idea tomando como objeto de análisis uno de los hechos que la cotidianidad los convierte en recurrentes… escuchar música de la radio o preferir la seleccionada por nosotros. Algunas de las estaciones musicales reproducen muchos y diversos géneros: canciones contemporáneas, en otras ocasiones música clásica, folclórica, rock, música tropical, boleros, baladas, piezas instrumentales y en general música variada. Podría pensarse que solamente el tipo de música que preferimos debe merecer nuestra atención y que los otros no. Esta posibilidad del actuar la ejercemos todos, sin embargo, escuchar con atención la variedad de géneros musicales denota curiosidad, apertura y respeto por lo que a los otros les parece bien y permite conectarnos y aprender de ellos desde el reconocimiento de su diferencia y valor.

Esta postura anímica es parecida a la de quienes viajan porque quieren descubrir y se extasían con las manifestaciones diversas que encuentran. El viaje tendría poco sentido si quien lo realiza solamente valora lo que le es propio. También los científicos, los filósofos y la gente sencilla y deslumbrada están imbuidos del espíritu del valor de lo diferente que es una suerte de impulso vital que permite ser en la amplitud y en la conexión.

Todo lo dicho no significa que la preferencia sea un error, más bien se defiende la actitud de valorar lo distinto porque nos enriquece. Entender lo que inspira y mueve al otro y respetarlo, es muestra de humildad y comprensión de la riqueza de expresiones que no conocemos y que inspiran a otros individuos. No hacerlo es una burda afirmación del ego, nunca suficiente en sí mismo, porque solo representa una faceta más de la totalidad. (O)