El Ecuador es variopinto. Es uno de los países más megadiversos ambientalmente del mundo. Sus culturas ancestrales y el histórico mestizaje representan una multiplicidad social que se la siente en cualquier lugar del país. La Sierra desde el Carchi hasta Loja es plural y compleja. La Costa exuberante tiene características propias desde Esmeraldas hasta El Oro. El Oriente ecuatoriano también lo es y sus grandes provincias desde Sucumbíos hasta Zamora Chinchipe presentan particularidades propias. Las Galápagos son una joya de la naturaleza.

Somos una nación, porque tenemos una historia común, un presente compartido y un futuro colectivo en un territorio claramente determinado. El esplendor natural del país tiene como correlato a la riqueza de criterios y perspectivas que, en muchas ocasiones, puede ser considerada como una debilidad, pero no lo es… de ninguna manera, porque es positivo que haya diversidad de opiniones.

Escribo esta nota desde esta reflexión general para concentrar mi enfoque en el aporte de las formas de pensar y actuar de las tres ciudades más grandes del país.

Quito es la capital de la República. Tiene relevantes características históricas y culturales. La belleza y el valor civilizatorio de la ciudad y especialmente de su centro histórico –uno de los más importantes de América Latina– permitieron que sea la primera en el mundo en ser declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Al ser la capital del Ecuador, el espíritu que atraviesa la gestión del poder político y la burocracia pública la define en gran medida.

Guayaquil es una ciudad que tradicionalmente ha recibido a grandes grupos de personas de otros lugares del país que han migrado a esa urbe para trabajar y prosperar. La metrópoli los ha acogido siempre, incorporándolos a su intensa actividad comercial, cultural y de negocios. También ha recibido migrantes de otros países, quienes han aportado a la formación de una manera de ser caracterizada por el dinamismo social, laboral y comercial, que ha sido y es el motor de su progreso y riqueza. Ese espíritu ha contribuido significativamente en la historia nacional. Además, en Guayaquil han nacido muchos presidentes de la República. El Puerto Principal conjuga, desde esta perspectiva, la energía que genera riqueza con el ejercicio del poder político.

Cuenca, la ciudad más pequeña de las tres, también fue declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sus habitantes, históricamente, han cultivado el amor por el paisaje, por el agua, por las montañas y por los ríos. La perspectiva cultural de la urbe está marcada por el idealismo, la utopía, el culto a la belleza y a la estética de la naturaleza y de las cosas, por el amor por las tradiciones y por el orgullo de buscar trascendencia espiritual a través de la prosperidad colectiva de su gente.

Lo político y lo económico, en la construcción del bien común, son variables insoslayables. También lo es el idealismo y la búsqueda de realización cívica y moral. Comprender la diversidad nacional y valorarla en su especificidad permite la edificación de una sociedad armoniosa y próspera. Este es el desafío. (O)