Qué tiene de difícil el convertirse en rey. Cuánto pesará esa corona y una historia de nobleza, y no de calidad de noble como entendemos hoy, sino más bien de temas culturales y de consagración a intereses económicos y la adhesión incondicional a salvar la monarquía en Europa. En ello pueden incluirse guerras, traiciones, infidelidades y hasta crímenes.

Esperando que ello ya no esté ocurriendo en este siglo, nos preguntamos cómo en el presente continúan las monarquías. Lo que más resulta difícil de entender es que meten a Dios en estos asuntos. No me cabe que una autoridad eclesial proceda a coronar a un mortal como el elegido por Dios para que sea llamado rey. Y esto no es solo porque a simple vista me deja con interrogantes, sino porque desde un mínimo análisis no encaja que un creyente, siendo sacerdote, sobreponga a uno por encima de los demás llamándolo rey, con oro y cetro.

Rey Carlos de Inglaterra

Tal vez el sustento de mi observación sea porque para nosotros los cristianos, mediante el bautismo somos un poco sacerdotes, profetas y reyes, ministeriales no consagrados, obvio, pero al final no por el oro ni por el cetro, sino por la voluntad de un Dios con insondable amor a su creación y su deseo de compartir su realeza mientras nos prepara un hogar donde no existe el dolor ni la muerte.

En lo político, no estoy segura hasta cuánto realmente gobierna un país la corona británica y si su cuota de poder en administración pública tenga la satisfacción de las expectativas ciudadanas, sean nobles o no.

Por el lado social, siento que puede representar un mundo que, solventado por la mayoría, las personas no trabajan, no se realizan a través de su vocación, sino por el contrario, juegan roles, tal como los personajes del cine o teatro, que sin menoscabar la dignidad humana de cada uno de ellos, su oficio es sostener una fantasía que le da derechos a poquitos a recibir reverencias en todos sentidos que nos podamos imaginar.

En lo político, no estoy segura hasta cuánto realmente gobierna un país la corona británica y si su cuota de poder en administración pública tenga la satisfacción de las expectativas ciudadanas, sean nobles o no. ¿Cuánto le cuesta a la gente mantener a sus reyes?, sería la primera gran pregunta. ¿Habrá valido la pena la Iglesia que, por el capricho amoroso de Enrique VIII, nació en Inglaterra y que también está representada por la corona?

En lo personal, anoto que en cuestiones familiares la corona también entra no a unir, sino a lo contrario, más de un ejemplo tenemos, pero el más reciente es la ausencia del hijo menor de Carlos III en el protocolario saludo del balcón, y al mismo Carlos, que la misma corona que lleva puesta fue la que impidió, por temas de formas, no realizar su amor con Camila desde antes de los 80. Sí, esa Camila que seguro no le ha resultado fácil sobrellevar esa carga emocional que por tantos años sufrió a través del rechazo en su país y por qué no decir del mundo. Cuánto padeció para llegar ahí, al trono de reina, que quién sabe si la atrapará por siempre en una constante e injusta comparación con su suegra, la legendaria y longeva Isabel II, y con Diana de Gales, la reina que muchos aspiraron a tener.

También pensé en Diana y escuché a varios decir que a ella le hubiera correspondido estar ahí, por un segundo también asentí, pero no creo, estoy segura de que luego de experimentar un matrimonio entre tres, como lo dijo ella algún día, tenía claro que la corona puede representar lo opuesto a ser libre y dichosa. (O)