Ya se han roto los fuegos: el presidente anuncia que habrá consulta y su aliada transitoria, presidenta de la Asamblea, recoge el guante y, tajantemente, se pronuncia contra la consulta. La contrarréplica del partido de Gobierno ha sido débil, señalando que la consulta es solo una posibilidad, que ni siquiera están elaboradas las preguntas que se formularían. Las palabras son aire y van al aire, diría Bécquer; pero no, las palabras siempre tienen consecuencias, mueven a los seguidores de los bandos en pugna y, después, es muy difícil recoger las palabras y detener las consecuencias internas y externas. Tal como se ven las cosas desde fuera, da la impresión de que el Gobierno no tiene un plan de batalla, con objetivos claros y medios precisos para alcanzarlos; del lado de la Asamblea, solamente se hacen fuertes en su bastión, rechazan de entrada una consulta, y tiemblan, como es natural, ante una eventual muerte cruzada. Si la intención del Gobierno, con su anuncio de consulta, es solamente ablandar a los legisladores para que aprueben sus propuestas, y no lo consigue satisfactoriamente, tendrá que ir a la consulta después del tiempo que le tome a la Asamblea desmenuzar, destrozar, desfigurar, a la llamada megaley, pero para entonces puede que la popularidad del presidente haya decaído de la actual, que está en un alto punto. A pesar del desprestigio de la Asamblea, los legisladores continuarán siendo influyentes en sus provincias y combatirán denodadamente la consulta. El resultado de esta es incierto. Recuérdese que en la consulta de Durán-Ballén le fueron negadas tesis fundamentales para su gobierno, como la referida al Seguro Social. De hecho, se inicia una nueva lucha de poderes en la que la presidenta de la Asamblea ha calificado al Gobierno de chantajista. La debilidad numérica del bloque de legisladores del partido de Gobierno es dramática; ¿es eso sostenible en el tiempo? En una democracia parlamentaria no lo sería, el Gobierno tendría que irse luego del primer voto de desconfianza, pero, en una democracia presidencialista, un gobierno minoritario languidece, sobrevive únicamente. La consulta no se presenta con buenos augurios, y un fracaso en ella le dejaría al Gobierno en el limbo, agravado todo por el paso del tiempo. El presidente dijo que la consulta tendría lugar en el presente año, pero ese es el tiempo que le tomaría a la Asamblea el tramitar los proyectos de ley del Gobierno. Las propuestas de reformas constitucionales anunciadas por el entonces candidato presidencial tendrían alguna probabilidad de ser aprobadas en una consulta; posiblemente la de la supresión del Consejo de Participación.
Si lo de la consulta no tiene buenos augurios, sí los tiene lo de la muerte cruzada, porque el país rechaza las actuaciones de la Asamblea, la de varios de sus integrantes que desprestigian al cuerpo colegiado. Si optara por ese recurso, también constitucional, el presidente sería reelegido, cambiaría el equilibrio de fuerzas en la Asamblea, y podría proponer la sustitución de la Constitución de Montecristi por la de 1998, actualizada, como lo propone Simón Espinosa. Todas estas opciones constitucionales serían bien vistas por los países democráticos. (O)