A los argentinos no hay que explicarles qué es la Quinta de Olivos, la residencia oficial del presidente de la nación, en el medio de un parque de varias hectáreas en la localidad de Olivos, en el norte de la ciudad de Buenos Aires. Le decimos quinta, un sustantivo con el que los argentinos nombramos las pequeñas explotaciones agrícolas, sobre todo de árboles frutales, pero el nombre quedó para las casas de fin de semana en las afueras de las ciudades, siempre rodeadas de parque.
Hace ya unos cuantos años un buen amigo consiguió una audiencia con Carlos Menem, que lo citó en la Quinta de Olivos. Llegó con tiempo, y después de pasar los controles habituales, lo hicieron pasar a una sala para esperar a que el presidente lo pudiera recibir. Allí un mozo de saco blanco, bastante mayor y muy amable (los argentinos les decimos mozos a los saloneros aunque no sean jóvenes), le ofreció algo de beber para amenizar la espera. La charla salió naturalmente sobre los años que hacía que aquel mozo trabajaba en la Quinta de Olivos: el hombre había servido a unos cuantos presidentes.
–¡Qué interesante!, pero además habrá conocido personajes increíbles que han pasado por aquí. –No crea, contestó el mozo veterano, acá los que cambian son los presidentes; el resto son siempre los mismos...
Estoy seguro de que la anécdota se repite en cualquiera de las residencias, palacios presidenciales y casas de gobierno de nuestros países. En todas nuestras repúblicas los presidentes tienen los días contados por los límites temporales al poder, así que se tienen que ir irremediablemente cuando se termina el periodo para el que fueron elegidos o reelegidos. Algunos llegan hasta la Presidencia después de un largo cursus honorum y otros no. Los que no, son los outsiders, que hoy están de moda en nuestras repúblicas y son los que llaman casta a ese contubernio de
políticos y empresarios que ocupan por turnos, con todo derecho, esos palacios o
son atendidos por los saloneros que sirven café en las antesalas del poder, pero durante tanto tiempo que terminan compinches.
Este esquema de la casta es el que permite que quienes manden en una democracia no sean quienes elige el pueblo para que los gobierne sino el ecosistema, casi siempre corrupto, de los que hacen negocios con el poder (de los concubinos del poder decía don Bernardo Neustadt). Cuando se trata de los funcionarios que son parte del contubernio no hace falta corromper a nadie porque ya tienen incorporados los códigos oscuros del negocio del poder. El problema es con los outsiders, los que son nuevos en estas lides y por tanto bastante ingenuos: pueden ser una piedra en el zapato de la casta.
Lo que acabo de describir no es ni más ni menos que lo que pasa hoy en la Argentina. Un outsider que se metió como una cuña en el corazón de la casta y la casta intentando por todos los medios terminar con quienes quieren terminar con ellos. Para eso usan todos los recursos que están a su alcance. Y el que tienen más a mano, el que más conocen, es la corrupción, no para alegar que los outsiders son malos y ellos buenos, sino para mostrar que son tan corruptos como ellos. (O)