Hace ocho días yo no tenía idea de quién era la periodista colombiana Laura Ardila, tampoco que estaba por publicar un libro que se titula La costa nostra, mucho menos estaba enterado de una familia o clan de Barranquilla de apellido Char, que era el motivo del libro de la periodista en el que se rastrea, al parecer, la red de poder y corrupción de esta familia enquistada en la costa norte colombiana y que recuerda casos paralelos en distintos países de América Latina y, por supuesto, de mi propio país, Ecuador. El libro en cuestión lo publicaría la sede colombiana de editorial Planeta. Finalmente no lo hará. El argumento dado a conocer por la autora es que el departamento legal de la editorial en España echaba para atrás la publicación. Como consecuencia de esto, el editor literario colombiano Juan David Correa decidió renunciar como una medida de solidaridad con la periodista, lo que implica tomar distancia de la decisión empresarial española y remarcar que quien tomó la decisión literaria de aceptar el manuscrito no coincide, no puede coincidir, finalmente, con la censura.

De Juan David Correa, en cambio, sí tengo una idea muy precisa. Escritor, periodista, editor independiente en sus comienzos, pasó a integrar una nueva etapa de la editorial Planeta en Colombia hace poco más de cinco años. En este tiempo realizó un trabajo ejemplar para la literatura colombiana, y, en paralelo, con la ecuatoriana. Esto tiene una explicación: la sede de Planeta Colombia es la responsable de las publicaciones del sello en Ecuador, una vez que se cerró años atrás la filial en Quito. No solo eso: los libros de autores ecuatorianos en el sello se imprimen en Colombia y se distribuyen en los dos países. Hasta el momento el trabajo con autores ecuatorianos ha sido único, desde recuperaciones de clásicos ecuatorianos como Lupe Rumazo o Jorge Velasco Mackenzie, la continuidad en la publicación de autores consolidados como Adolfo Macías Huerta, Carlos Arcos Cabrera, Óscar Vela y nuevas voces narrativas como la de Ernesto Carrión, Mariasol Pons, Roberto Ramírez Paredes, Natalia García Freire, Edwin Alcarás, Rommel Manosalvas, Carlos Vásconez o Miguel Molina Díaz. Por supuesto, en el caso de Colombia, al ser el país de la sede, es mucho mayor. Solo por señalar lo más notorio, se recuperó la obra completa, en varios tomos, de Andrés Caicedo y del filósofo y ensayista Estanislao Zuleta, y se dio continuidad a la de Tomás González, Miguel Torres y Roberto Burgos Cantor, así como a nuevas narradoras como Diana Ospina Obando, Andrea Mejía y más escritores y ensayistas. Hacía tiempo que no se veía un catálogo de estas dimensiones.

Roberto Calasso recordaba en La edición como género literario que “cada uno de los libros publicados por cierto editor podía ser visto como eslabón de una misma cadena, o segmento de una serpiente de libros, o fragmento de un solo libro compuesto de todos los libros publicados por ese editor”. He pensado en esto respecto a Juan David Correa. Es lamentable que se haya perdido su papel como editor, pero en realidad no me sorprende. Era como la esperada prueba de fuego o corte de cabeza de la serpiente calassiana. Tarde o temprano se volvería visible la implicación intelectual y ética que ha sustentado su trabajo editorial. La apuesta por la literatura en un sentido abierto y diverso, con diferentes registros, con un espectro histórico de amplia duración, y el cuidado por ofrecer una amalgama de estilos y enfoques, requiere de una mente que comprenda la larga duración de la literatura, y que también implica una ética. De manera que era inevitable que ante una censura de este calado, su editor literario tuviera que decir prefiero no hacerlo, es decir, prefiero no seguir editando en estas condiciones porque el límite se hizo visible en mis puertas.

Ahora muchos lectores saben las implicaciones del poder de la familia Char en Barranquilla, saben quién es Laura Ardila y saben que, tarde o temprano, saldrá a la luz su libro La costa nostra. No sabemos cuáles fueron los motivos verdaderos para la censura final. Pero queda claro sobre todo que hay editores como Juan David Correa que no pueden trabajar bajo la espada de una censura. El horizonte vedado es un problema para un editor que debe trabajar día a día con muchos autores que esperan apoyo para su apuesta literaria, ensayística o periodística.

En Perú, el 2021, se publicó un libro del periodista Christopher Acosta, titulado Plata como cancha, sobre el circuito de poder del político peruano César Acuña. Acuña interpuso una demanda y logró una sentencia que condenaba al autor a dos años de prisión y a pagar una indemnización por el daño contra el honor, sentencia que también alcanzaba al editor. Autor y editor apelaron y la reacción de la prensa y los organismos internacionales fue contundente, de manera que Acuña se retiró del proceso. En Ecuador tendríamos que ir un poco más atrás, al 2010, por la persecución que, por parte del entonces presidente, recibió el libro El gran hermano, de Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, donde también se desentrañaba la red de poder de la familia presidencial, y en la que finalmente ganaron los periodistas luego de una campaña internacional de rechazo a la persecución. De manera que siempre es posible luchar.

Los autores esperan de su editor esa capacidad de riesgo. Si se necesitan apoyos ante oscuros obstructores, deben hacerse visibles los motivos que intimidan y entonces se sumarían las fuerzas de todos los implicados. Por el momento, quien ha recibido el apoyo es el editor saliente, Juan David Correa, quien, además, inicia esta misma semana una columna editorial en la revista Cambio, de manera que seguiremos al tanto de su pensamiento ya no por la vía editorial, sino por su propia pluma. Y, por supuesto, esperamos el libro de Laura Ardila, ahora mucho más visible gracias al sacrificio ejemplar del editor que sí apostó por publicarlo. (O)