Cuando me divorcié luego de 20 años de matrimonio, y después de un posdivorcio cuando me ponía pijama a las 17:00 y no quería ver a nadie, una de las cosas que más difícil se me hizo fue volver a salir a lugares públicos. Al principio empecé con cafecitos con alguna amiga y poco a poco fui tomando confianza, pero luego me daban ganas de conocer locales nuevos o regresar a los lugares donde disfruté mucho la comida o el ambiente y me tocaba esperar a que mis amigas tuvieran tiempo o ánimo.
Debo reconocer que una de las tantas cosas agradables de la vida en pareja es justamente tener un cómplice con quien salir de casa cuando la cotidianidad aburre, pero no podía condenarme a permanecer recluida solo por no tenerla, así que empecé a visitar restaurantes. Las primeras veces fue desagradable, un par de ellas tuve que lidiar con meseros imprudentes que insistían preguntando si esperaba a alguien y después de aclarar que no, tuve que aguantar su cara de condolencia. Aprendí a sonreír y les decía que no me pusieran esa cara que me quitaban el hambre y perderían la venta, ellos me pedían disculpas y terminábamos riendo. Ahora me pido una copita de vino y los meseros me traen pancito adicional. También encontré un problema que no había notado antes: ir al baño. Cuando uno visita lugares en compañía, siempre queda alguien cuidando las cosas y la mesa, pero resolví el inconveniente avisando a los meseros para que pongan un cartelito de reservado, aunque prefiero todavía llevar la cartera conmigo. En otro orden y como siempre hay algo positivo, descubrí que sin importar lo lleno que esté un lugar, siempre habrá espacio para una persona, así que usualmente no debo esperar mucho y como donde quiero.
Ser divorciada es un estado civil que genera muchas preguntas o despierta estereotipos en los demás y a veces genera inseguridad en quienes vivimos ese estatus, sin embargo, es importante querernos y aceptar las cosas como son. Recordemos que solo se ama lo que se conoce, así que es importante tener momentos para disfrutar de nuestra compañía. La vida es un constante aprendizaje y estar solas es un buen momento para descubrir qué nos gusta, nos hace feliz y brinda paz. Es necesario tener claro que no somos una fruta incompleta en constante búsqueda de su “otra mitad”, sino un ser humano completo. Es importante tener claro que estar sin pareja no es un castigo y la soledad no es para temer sino para aprender.
Finalmente, creo que el paso del tiempo nos cambia la perspectiva y ahora siento que tener paz es una de las cosas más importantes, una forma de bienestar, tanto así que prefiero alejarme de personas y situaciones, si ellas alteran mi tranquilidad. Recordemos que somos los amos de nuestro destino y es necesario tenerlo muy presente para empezar a darnos la oportunidad de iniciar el camino hacia la felicidad, disfrutando de nuestra compañía. Por tanto, los convido a invitarse a salir, aunque sea una vez. Me quedo con las palabras del filósofo danés Sören Aabye Kierkegaard: “La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno empuja, la cierra cada vez más”. (O)