Algunos preclaros voceros del correísmo actualmente ríen ante las preguntas de los entrevistadores sobre su líder con una babosa insinuación sobre el supuesto interés homoerótico de los comunicadores por Rafael Correa. La bobería festejando su propia sinrazón. En el reverso del mismo y manoseado billete, algunos adversarios del correísmo que presumen inteligencia han reanimado en estos tiempos de campaña unos rumores sobre la nunca verificada homosexualidad del expresidente y su improbable participación en orgías con efebos. El derecho y el revés de la misma estulticia, el aparente antagonismo de los homólogos que coinciden en el disparate a falta de argumentos. La tontería elevada a opinión para librarse de la incomodidad que produce la convocatoria a la razón. Del ‘chiste’ al chisme, idéntica homofobia taimada y maledicente. La misma fanfarronería de colegial machito que pretende rebajar al contrincante presumiendo virilidad para impresionar a “las hembritas”.
El tablado político es un lugar privilegiado para la puesta en escena de los peores adefesios de nuestra ‘identidad’ ecuatoriana, empezando por la exhibición del machismo oligofrénico. Las anécdotas y discursos de nuestros líderes y asambleístas que reflejan este fenómeno son muchas y célebres, mas, recontarlas sería ofender la inteligencia de los lectores. En un teatro político tradicionalmente manejado por los hombres, la afirmación de la virilidad propia y la negación de la adversaria siempre fue un recurso compensatorio ante la falta de ideas, la pobreza de propuestas y la caquexia discursiva. En algunos, esta homofobia satisfaría una defensa proyectiva: ‘acusar’ al otro de que lo es, para evitar la posibilidad de serlo. La estupidez insulsa que naufraga en la instancia de la letra en el inconsciente freudiano confundiendo ‘los andrógenos’ con ‘los andróginos’.
Pero hablando de tontería, disparate, babosada y demás, revisemos el clásico ‘elogio’ de la estulticia o de la locura, escrito y publicado por Erasmo de Rotterdam hace cinco siglos. La necedad entendida como locura, no solamente en el sentido de las psicosis, sino más bien como lo que hoy llamamos ‘hacerse el loco’, es la fuga más socorrida en todas las sociedades, estratos y tiempos, cuando el sujeto se ve conminado a confrontar la verdad y sobrepasado por la razón. La estulticia es la defensa más ‘democrática’ de los seres hablantes que eventualmente usamos todos: reyes, gobernantes, magistrados, burgueses, candidatos, columnistas, entrevistadores de televisión, obreros, campesinos... Aquí, una expresión ordinaria de ella es la homofobia masculina: exhibición de testosterona en las neuronas y esteroides en la lengua. Cuando vestimos la estulticia de infatuación intelectual, caemos en lo que Jacques Lacan llamaba “canallada”: la aspiración hegemónica que utiliza la presunción del saber. Quien esté libre de culpa…
Pero… ¿hubo alguna vez en este país un debate político inteligente, argumentado y productivo? Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? Es la pregunta de Enrique Jardiel Poncela en 1931 sobre la masculinidad, en cuya obra me inició mi padre hace más de medio siglo. (O)