El día en que se conoció la condena de la invasión rusa a Ucrania por parte de una inmensa mayoría en la Organización de las Naciones Unidas, se difundieron los resultados del estudio de Varieties of Democracy (V-Dem), uno de los más serios sobre el estado de la democracia en el mundo. Esa coincidencia hizo evidente un aspecto que ha sido señalado por algunos analistas, pero que no ha tenido la difusión que merece. Se trata de la confluencia de los regímenes autoritarios de todos los tipos y de todas las ideologías en el bando agresor.

Al comparar la votación con los resultados de ese estudio aparecen pistas sólidas en ese sentido. Así, cuatro de los cinco que votaron en contra de la condena ocupan los últimos puestos en un total de 179 países. El quinto (la propia Rusia) se encuentra apenas algo más arriba, en la posición 151. De los 34 que se abstuvieron solo uno (la India que lo hizo por razones geopolíticas) está casi en la mitad de la tabla, mientras los demás se sitúan hacia abajo. Entre esas abstenciones aparecen cuatro latinoamericanos: Bolivia que ocupa el puesto 89 entre las democracias, El Salvador en el 119, Cuba en el 159 y Nicaragua en el 167. Venezuela, que ocupa el lugar 161, no votó porque está inhabilitado por deudas con la Organización de las Naciones Unidas, pero Nicolás Maduro ha apoyado entusiastamente la invasión.

Como comparación, para tener una idea de las carencias de esas democracias, la nuestra, que nunca nos satisface, ocupa el puesto 70, es decir, mucho mejor puntuada que aquellas que la apoyaron y se abstuvieron. En síntesis, un factor de diferenciación en la votación en la Organización de las Naciones Unidas fue la calidad de la democracia de cada país. Los que se encuentran en el fondo de la tabla –que son regímenes autoritarios– apoyaron la invasión. Los que presentan notorios déficits democráticos prefirieron colocarse en una posición indefinida, que en realidad significa tolerar la agresión. Las democracias más sólidas y las que se encuentran en la mitad superior de la tabla la condenaron. Obviamente, hay otros factores (económicos, geopolíticos, históricos) que definen las posiciones de los países en el contexto internacional, pero no se puede atribuir a una casualidad la asociación entre nivel de la democracia y la condena a la agresión de un país sobre otro. Los Gobiernos que se manifestaron de esa manera lo hicieron no solamente para exigir que se respete la soberanía nacional (en la que se agazapan muchas dictaduras), sino sobre todo en nombre de principios democráticos, como el derecho de los pueblos a escoger su destino y la defensa de las libertades.

En varios análisis se ha sugerido que la invasión rusa a Ucrania ha traído de vuelta la Guerra Fría. Es posible que así sea, pero ya no estaría basada en la disputa ideológica. Como sostiene el líder de Podemos, Pablo Iglesias, Putin y su gobierno se alinean con los zares y con el nazismo, no con la izquierda. Los autoritarismos que apoyan la invasión son indistintamente de izquierda y de derecha. Putin ha hecho renacer el pacto totalitario de Hitler y Stalin previo a la Segunda Guerra Mundial. La línea de ruptura se encuentra entre la democracia y el autoritarismo. (O)