Guayaquil, en 1629, 1636, 1647, 1678, 1692 y 1693, fue abatida por los incendios.
El pirata Basil Ringrose escribió que tenía 150 casas grandes, 300 pequeñas y 6.000 habitantes. El pirata William Dampier decía que era uno de los principales puertos del mar del Sur, donde se traficaba cacao, pieles, sebo, zarzaparrillas, otros artículos y telas de lana llamadas “paños de Quito”.
Las viviendas se construyeron en la orilla occidental de la ría, pero el cabildo resolvió, en 1693, mover la ciudad hacia un sitio denominado Sabaneta, un kilómetro al sur de la Ciudad Vieja, y quedó dividida en dos: la original en el cerro Santa Ana y la Nueva (hoy en el centro urbano).
Las fiestas julianas no corresponden a la fundación de la urbe, sino a la conmemoración del momento en que recibe el nombre de Guayaquil, hace 490 años, en abril de 1535, cuando la población se asentó cerca de la actual Boliche (cantón Yaguachi), en una zona llamada Guaillakile, bañada por el homónimo río y hogar de un poblado nativo que también recibía ese mismo nombre. Además, era regido por el denominado cacique Guaillakile.
Los guayaquileños celebramos su nacimiento cada 25 de julio porque es la fiesta patronal del apóstol de la ciudad, Santiago el Mayor, y no el 15 de agosto, como consta de su partida de nacimiento, que reposa en el Libro del cabildo de Quito del año 1534, en que se establece la facultad legal de trasladarla o mudarla a otros asientos.
¿Y cómo eran los días ya entrado el siglo XX?
Eran largos en verano. Comenzaban con los gritos de los pregoneros que se metían por los ventanales de las casas de guayacán, mangle o guachapelí. Las lanchas, balsas y canoas bajaban por el Guayas trayendo frutas, hortalizas y legumbres.
Las mujeres paseaban con sombrilla, vistiendo largos trajes llenos de encajes, inspirados en las modas parisinas que venían con los barcos. Los hombres cubrían sus cabezas con las “tostadas” y vestían chaleco, traje y corbata.
Había una central telefónica, con dos líneas. Los portales eran amplios, que protegían del sol y de la lluvia. La gente se desplazaba en carros eléctricos, sustitutos de los de mula. El pasaje costaba cinco centavos. Vestidos con trajes de dril, corbata y gorra azul, los motoristas atravesaban la ciudad, desde la estación de la plaza de San Francisco hasta el Inalámbrico, el Cristóbal o el barrio del Salado. El estero llegaba hasta Hurtado y Los Ríos. Guayaquil tenía cien mil habitantes. Eran los años veinte-treinta.
En los carnavales, los jóvenes lanzaban globitos con agua perfumada, que portaban en canastas o tinas de madera. A cambio, recibían serpentinas desde los balcones. En la Semana Santa, rica fanesca y empanadas se intercambiaban entre las vecinas, y el Día de los Difuntos la mazamorra morada iba de casa. Eran los tiempos de las representaciones teatrales y las películas mudas.
En el Centenario y el Malecón, paseaban las parejas y se vendía el chocolate caliente en carretillas.
El grito del barquillero rasgaba la noche y esta recogía los coloquios de los cafés El Fortich y La Palma... (O)