Los resultados de las elecciones del 7 de febrero pusieron sobre la mesa algunos problemas que el país enfrentó en el pasado y que no fueron resueltos. El más importante es la definición de un modelo económico viable, que pueda crear las condiciones para asegurar una vida digna para el conjunto de la población y que permanezca en el tiempo independientemente de quienes se turnen en el gobierno. Este tema fue el eje del debate en las últimas décadas del siglo XX, pero nunca pudo salir del empantanamiento porque estuvo sustentado en posiciones ideológicas más que en argumentos y, sobre todo, por la presión de poderosos actores políticos y sociales que ponían por delante sus intereses particulares. Por un tiempo corto quedó en el limbo cuando se sintieron los efectos estabilizadores de la dolarización. Después, fue aparentemente superado cuando se impuso el modelo aplicado en los primeros ocho años de los gobiernos de Correa. Pero no hizo falta el viraje de Moreno (la traición en versión revolucionaria) para demostrar que era inviable si no contaba con un contexto de bonanza.