Siempre me he referido al pontífice Jorge Bergoglio usando el hipocorístico Panchito, pues proyecta una imagen bondadosa y tal designación afectuosa es muy usual en Latinoamérica. Pero en esta ocasión uso su nombre completo y serio para comentar sobre una faceta menos blanda que ha mostrado el santo padre en algunas de sus últimas actuaciones. Nos referimos a las intervenciones en dos entidades religiosas católicas, en las que manifiesta una autoridad decidida a mantener su control en todas las instancias eclesiásticas.

Hablemos de la “reforma” de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, o simplemente Orden de Malta. No nos alargamos en la descripción de su sui géneris naturaleza e historia, pues en bibliotecas y redes se puede encontrar abundante información. Se fundó con el propósito de ayudar a los peregrinos que iban a los lugares santos. Con el inicio de las cruzadas adquirió un carácter predominantemente militar que conservaría por algunos siglos. Luego devino en una institución de beneficencia, pero que ha ganado un estatus jurídico inusitado que le convierte en un Estado sin territorio, reconocido diplomáticamente por unos 100 países, Ecuador entre ellos, con los que intercambia embajadores. En la última década hubo graves disensos entre los jerarcas de esta organización, lo que dio motivo al papa a intervenir, porque si bien se trata de una entidad “soberana” está sometida en última instancia a la autoridad de la Santa Sede. Francisco I disolvió la cúpula de la Orden y dictó una “constitución provisional”. Se dice que hay temor entre los caballeros que la conforman, de que las medidas tomadas deriven en una erosión de la autonomía tradicional, convirtiéndola en una dependencia subordinada.

Ojalá este propósito no disimule la búsqueda de una grey más obediente, con una jerarquía ultraverticalista, que anule la rica diversidad del catolicismo.

Más publicitada y peor entendida fue la modificación del estatus canónico del Opus Dei, organización que también tenía una naturaleza única. Era una “prelatura personal”, prácticamente una diócesis sin territorio, a la cual sus fieles están adscritos en función de una volición personal y no de una situación domiciliaria. El papado, aduciendo que la eficacia de una organización católica debe estar basada en el “carisma” y no en la jerarquía, degradó al prelado a la condición de clero llano despojándolo de su condición episcopal. La Obra, como se la conoce, acató en disciplinado silencio la disposición pontifical, aunque dudo de que estén conformes con la pérdida de una institucionalidad que se estudió y gestionó cuidadosamente, encontrándose que lo concedido por Juan Pablo II hace 40 años era lo más apropiado para el desarrollo de su carisma. Con motivo de estos cambios la prensa “progresista” se lanzó a decir que el Opus Dei había sido degradado a “secta”, tontería que pone en evidencia mala fe al tiempo que ignorancia. De todas maneras, se puede intuir que las reformas en estas dos organizaciones, aunque se basen en “motivos” distintos, demuestran que Francisco quiere una Iglesia más “regular”, sin corporaciones sui géneris. Ojalá este propósito no disimule la búsqueda de una grey más obediente, con una jerarquía ultraverticalista, que anule la rica diversidad del catolicismo. (O)